Hace unos dos meses, mi marido me envió por mail una copia de la invitación que le había hecho el director general de su empresa a un evento social, el memorándum especificaba claramente que debía ser acompañado de su 'partner' (como nos llaman a los cónyuges en tierras chocolateras). Cuando lo leí sentí un poco de miedo porque, después de estar alejada por más de diez años de las relaciones públicas a ese nivel, a cualquiera le tiembla hasta el alma. Pero faltaba mucho y no había por qué quemar las naves antes de tiempo, que de sobra tendría los días previos para volverme loca de angustia, aunque de entrada no tenía ni la menor idea de quiénes iban a ser nuestros anfitriones y mucho menos había calculado la seriedad del asunto.
La fecha marcada en el memo era del 21 de agosto, el evento sería maratónico comenzando a las cinco de la tarde en un lounge para un aperitivo de una hora, luego pasaríamos a una cena de gala; posteriormente nos esperaba la función con hora y media de duración de un musical muy conocido y para cerrar la noche otro ameno rato 'after party' con un brindis en el mismo lounge del principio para convivir con los actores de la puesta en escena. Cinco días antes de la fecha señalada nos habían llegado los pases y gafetes por correo, y fué en ese momento que el nervio me saltó de inmediato cuando ví en todos y cada uno de ellos las siglas VIP!. Pero válgame la Virgen Pancha! donde me iba yo a meter?.
Mi primera preocupación fué el eterno ¿qué me pongo?, porque había que considerar algunas cosillas: el merequetengue sería al aire libre, parte de día y parte de noche, la certeza de lo fachoso que son los suizos (ir muy elegante también me haría sentir como el arroz negro) y además, las personas con las que conviviríamos. En pleno viernes, ya casi terminando de arreglarme, recibí una llamada del maridis para decirme que todo se había pospuesto tres días por mal tiempo, aagghhh!. Otras 72 horas de angustia, y más para conseguir quien cuidara a los peques en lunes, algo no muy fácil de encontrar. Mi suegro nos echó la mano y se hizo cargo con muchísimo gusto de sus nietos por esa tarde/noche. El lunes 24 llegó más pronto de lo que canta un gallo, al final escogí un pantalón capri negro (con el negro uno siempre que da bien) y una blusa de cuello halter muy fresca, unas sandalias con tacón muy bajo, el cabello recogido en la nuca (por aquello de los calores y la sudadencia) y un maquillaje muy natural (casi imperceptible).
Llegamos quince minutos tarde porque el tráfico no nos dió para más, en el estacionamiento ya nos esperaba el shuttle y luego en la entrada del teatro también estaba esperándonos un hombre muy amable que se presentó solo con su nombre. Luego me enteraría que es el mero mero director de la empresa del maridis ouch!. Nos encaminó a la mesa del lounge en donde nos esperaban su esposa (una mujer superaltísima y de muy buena presencia) y otras dos parejas. Primero me presentó con el otro jefe de nombre JJ (yeiyei, asi lo llaman todos como suena en inglés), éste a su vez me presentó a su esposa que de puritita casualidad resultó ser latina también ('de aquí soy', pensé yo) con la que me senté de inmediato. El otro hombre resultó ser uno de los empleados de mi maridis, al cual invitaron también porque gracias a él se había obtenido un jugosísimo contrato para la empresa, y la invitación sería parte del premio (o sea, la oportunidad de departir con los meros meros, ja!). Su esposa fué muy amable y dulce, o al menos mucho mas sencilla que las otras dos.
Los primeros minutos en la mesa fueron los peores, me sentía como gata acorralada ante el bombardeo constante de preguntas por parte de todos, en un momento dado hasta sentí un dolor en mi mandíbula al conservar esa sonrisita nerviosa y congelada durante tanto tiempo. Pero una vez que me sentí cómoda al ver que mi alemán fluía mejor de lo que imaginé, comprobar que mi forma de vestir fué más que atinada y el darme cuenta que aquella formalidad a la que tanto temía, no era tal, me relajé tanto que me olvidé del rango de los señores ahi presentes y todo lo demás fué 'piece of cake'. El aperitivo estuvo compuesto de entremeses muy chic: agujas mini de pollo al curry, salmón ahumado, verduras en juliana y cócteles muy light.
La conversación siempre estuvo de mi lado, hablé un rato de mi México del alma y también les aclaré que este año no viajamos al terruño luego de tanta insistencia en saber dónde habíamos pasado las vacaciones de verano. Y es que la psicosis que se vive hoy en Suiza sobre la Gripe Porcina, seguramente les hizo temer algún contagio por nuestra parte, pero fueron lo suficientemente sutiles para no decirlo abiertamente y claramente ví que mi respuesta los hizo sonreír con tranquilidad. Una vez roto el hielo, pasamos al restaurante para la 'cena de gala'.
Para el primer plato había un extensísimo bufett: ensaladas, pescados, verduras crudas y muchísmas salsas con qué acompañarles. Yo me serví en nanocantidades, utilicé los cubiertos con mucho cuidado de adentro hacia afuera, las copas de acuerdo a su tamaño, tomé los bocados muy pequeños y mastiqué rítmicamente despacio, todo como me lo enseñó mi mamá. Si me hubiera visto, seguramente estaría muy orgullosa de haberme enseñado algo que siempre pensé que nunca me serviría, vaya! me sentía toda una lady. Lo incómodo vino durante la sobremesa porque a alguien se le ocurrió mencionar el viejo cliché del charro huevón sentado en el desierto y dormido con el sombrerote cubriéndole la cara (tipo Chano y Chón de Los Polivoces). Pero fué en ese momento en que me salieron mis dotes de oradora y les saqué de su error, mencionándoles lo trabajadores que somos y la fuerza con la que el Mexican Power mueve a más dos o tres países en su producción gracias a su mano de obra. El señor del comentario, se quedó calladito ja!.
La segunda sensación de incomodidad vino cuando la señora latina me preguntó a qué me dedicaba en México antes de venir a éste pais, luego de despejarle sus dudas, comentó algo fuera de lugar como 'bueno, al menos tienes un título, no?'. Por supuesto que tendría que venir de una latina, ninguna de las otras dos suizas se hubiera atrevido a hacer tal pregunta o tal comentario, la discreción es algo que tengo que reconocerles para bien a los suizos... eso ni duda cabe. Fuera de eso todo pasó con mucha tranquilidad, incluso durante la presentación del musical y luego durante el convivio con los actores. No me atreví a tomar fotos por no sacar a relucir, como dice el cómino Adrián Uribe, el naco que todos llevamos dentro. Aunque ganas no me faltaron cuando el actor principal estuvo a unos metros de nosotros, era guapísimo el condenado alemán.
Nos despedimos en punto de la once de la noche, hasta entonces todos y cada uno me llamaron siempre por mi nombre y de tu, el tan peleado 'usted' de la cortesía de los nacos suizos brilló por su ausencia y eso me encantó sobremanera. Bien dice mi maridis que en éste país, mientras menos preparación se tenga, más exigentes se vuelven. Todos mis temores de 'regarla' o hacer un mal papel, se esfumaron porque la sencillez de las personas con las que estuvimos estuvo presente siempre y eso tengo que agradacerlo. Esa noche me dió una seguridad que yo misma dudaba de tener, ahora si ¿para cuándo el neeexxxtt?.
Auf Wiedersehen.