Como dije desde hace días, los relatos del finde no se acaban, el domingo fué otro día lleno de emociones en éste caso más agradables. El miércoles 2 de diciembre pasado me presenté, para mi entrenamiento, en el trabajo temporal que conseguí y ese día solo consistió en dos horas -mismas que también entrarán en mi primer sueldo. El trabajo es en una perfumería que forma parte de uno de los dos corporativos suizos de más tradición que abarca desde supermercados hasta bancos con créditos hipotecarios.
La sucursal en la que tengo que laborar se encuentra en un centro comercial, de los dos o tres en todo el país, que abre los 365 días del año pues se encuentra ubicado en una zona donde el turismo es su primer cliente. El trabajo consistía, originalmente, en empaquetar para regalo los productos que ahí se venden y que en ésta época decembrina las empleadas de tiempo completo no se dan abasto ante tanta demanda. Ese miércoles de entramiento me enteré sobre otras funciones que estarían a mi cargo y que en realidad son de mayor peso que el simple hecho de hacer moños y cajas vistosas.
Se me explicó que más que empaquetadora, mis funciones serían algo así como de policía secreta y desde el lugar donde voy a estar, tendría que vigilar los pasillos mediante los espejos de aumento para evitar al máximo los robos. Luego, durante los pocos minutos que no tenga paquetes que envolver, tengo que hacer rondas entre la gente que ve los productos en las estanterías como una forma de prevenirles que están siendo vigilados, aunque me tengo que cuidar que sea muy discretamente.
La gerente nos explicó a otra chica y a mi, algunos trucos para no hacer muy obvia esa labor de vigilancia como: hacer como que estamos acomodando la mercancía que la gente deja fuera de su lugar, posicionarnos siempre en un ángulo en el que podamos ver con libertad qué hacen con las manos, seguir más de cerca a personas o señoras que lleven bolsas abiertas -de mano o de otros comercios- colgando del brazo porque "así es más fácil que algo se caiga dentro" dijo la señora, ja! Qué bárbaros, hasta para explicarnos, la diplomacia juega un papel importante.
El caso es que mi primer día comenzó el domingo 6, de antemano se me había enviado por correo el plan de trabajo para todo el mes y así me di cuenta que no cuento con un horario ni días fijos. Unas veces es por la tarde/noche, otras desde mediodía hasta media tarde y otras solo por las tardes hasta las 6:00 pm. El domingo me había levantado temprano, ya habíamos planeado ir a primero a misa, luego a comer, llevar los niños al cine de las dos de la tarde y luego mi marido y mis hijos se irían en tren a casa para dejarme el coche e ir a trabajar a las cinco de la tarde.
Todo pasó sin contratiempos, hasta después de la comida. Antes de dirigirnos al cine escuché muy a lo lejos el vibrador de mi teléfono, recordé que después de la misa no había vuelto a encender el timbre e inmediatamente lo saqué de la bolsa. Era la una y media de la tarde, en la pantalla del teléfono vi un número que no conocía y cuando contesté escuché la voz de mi jefa del otro lado de la línea.
"Dónde estás? Te pasó algo?" me pregunto con voz preocupada. Le contesté que no y le pregunté si había pasado algo en la tienda, casi me caigo de la vegüenza cuando me dice que me llamaba para preguntarme por qué no me había presentado a trabajar. "Queee???, no he llegado porque entro hasta las cinco de la tarde" le dije. Ella muy tranquila me sacó de mi error diciéndome que no, que mi hora de entraba había sido a las doce del día y yo muerta de la pena le pedí mil disculpas y le aseguré que iba inmediatamente para allá. Que bruta soy, mi primer día de trabajo y meti la pata hasta más no poder.
Dejé a mi marido y a mis hijos en la primera estación de tren que se me cruzó por el camino y me dirigí a la autopista hecha rayo. En el trayecto me maquillé como pude y menos de media hora ya estaba en mi puesto de trabajo, no sin antes volver a disculparme como quien ruega se le abran las puertas del cielo. No hubo mayor problema, ella me tranquilizó diciéndome que las dos horas de retraso las repondría al final del día, en éste caso mi hora de salida sería a las ocho de la noche y sanseacabó. Wow! que flexibilidad de pensamiento! pensé para mis adentros.
La seis horas que pasé ahí, estuve parada, de hecho no hay ni un solo banco o silla para sentarse; ni para los clientes ni para nadie. A mi se me fue la tarde como agua, viendo gente ir y venir; entrar y no comprar; entrar y llevarse media tienda; entrar y probarse de todo saliendo con las manos vacías o simplemente acercarse a preguntar la hora o por alguna otra tienda que no encontraban. Hablé español, inglés, alemán... aunque la mayoría de los turistas fueron asiáticos que le tomaban fotos hasta a los aparadores. Luego llegaban algunos que pedían artículos que uno simplemente no encontraría en una perfumería, como unas pantuflas o varitas de incienso.
Las primeras tres horas las trabajé sin parar, los primeros paquetes no me quedaron como yo hubiera querido porque los nervios los tenía a todo lo que da, creo que hasta los clientes notaron el temblor de mis manos cuando tenían clavadas sus miradas en la mesa de trabajo. Dos o tres veces rompí el papel al tratarlo con una fuerza descomunal para que quedara sin pliegues ni dobleces. Ouch! que pena, algunos hombres tuvieron la delicadeza de irse a ver algo a los pasillos, seguramente pensando que su presencia me causaba estrés. Que lindos.
Primeriza al fin, me daba risa cuando se iban y ellos eran quienes me deseaban feliz fin de semana o felices fiestas, sobre todo porque eso es parte de mi trabajo y mi timidez natural o nerviosismo no me dejaban acordarme de decirlo yo primero. Yo sonreía y contestaba "igualmente, gracias".
Las compañeras de trabajo son gente muy amable y comedida, me ayudaban en cuanto veian que se me atoraba la carreta y la más joven se la pasó haciéndome reír desde lejos con las caras que, a sus espaldas, les hacía a los clientes más necios.
A las tres horas y media me dieron un descanso de 30 minutos, corrí al lugar más cercano a tomarme una Coca-Cola Zero super helada, lo seco de la calefacción me había producido una sed como de beduino en medio del desierto. Además, me senté por veinte minutos y mis pies temblaban de emoción, agradecidos; llamé a casa y me fumé un cigarrito en el aire fresco y helado de la noche que ya había caído.
La jefa se fué temprano y la chica que quedó encargada de mi, muy compadecida de mi primer día en pie, me dejó ir quince minutos antes de la hora marcada como mi salida. Los 35 minutos de camino a casa me sirvieron para que mis pies relajaran un poco, a mi llegada la comitiva familiar me esperaba en la cocina para contarles los pormenores de tan notable acontecimiento.
Christof se ofreció a masajearme las piernas y los pies, mientras Zara se acurricaba a mi lado en la cama acariciándome el cabello; mi marido tenía una sonrisa extraña que no pude descifrar pero que tomé como cierto rasgo de satisfacción al verme la emoción con la que relaté la primera tarde de mi 'nuevo trabajo'.
Nunca imaginé tener un trabajo como ese, ni en sueños hubiera pensado que después de una carrera universitaria estaría envolviendo regalos como modo de ganar dinero, mucho menos imaginé que eso me haría tan feliz y realizada como senté ese día. Aprendí, en carne propia, que no hay oficio demeritable cuando se hace con el ánimo, la honestidad y la humildad con las que yo desempeñé el mío.
En Suiza... Viva la mano de obra extranjera!
Auf Wiedersehen!