Todo comenzó la tarde aquella en que mi secretaria me pidió unos momentos para platicar, sabía que algo importante tenía que decirme porque su cara risueña estaba un poco desencajada. Después de darle unas pocas vuelas al asunto, por fin me dijo que su marido le había pedido que dejara de trabajar y se dedicara más a sus niños, ella misma fijó un plazo de dos meses para que yo pudiera encontrar a otra persona que ocupara su lugar. No le di mucha importancia de momento pensando en las ocho semanas que tendría para buscar a alguien.
Unos días más tarde, en una reunión familiar, alguien me comentó sobre una de mis primas que en ese momento estaba desempleada. En un principio ni siquiera pensé que el puesto le pudiera interesar, ella acababa de ser 'reajustada' de un corporativo importante regiomontano en el que además de un buen sueldo, tenía jugosas prestaciones y servicios que nuestra pequeña empresa ni en sueños podría darle. Por no dejar la llamé y le expuse los detalles, yo misma sugerí que bien podría ser un empleo temporal mientras encontraba algo parecido a lo que tenía antes. Aceptó de inmediato.
Los primeros meses fueron como vacaciones, teníamos tanto tiempo sin vernos que aquello se convirtió en pláticas eternas para ponernos al corriente de las novedades de nuestras respectivas vidas y familias. Su desempeño no pudo haber sido mejor, a veces me daba la impresión que aquel escritorio le quedaba demasiado pequeño para sus capacidades, no en balde había sido secretaria de varios puestos gerenciales. Con el paso del tiempo se fué sintiendo más cómoda, dejó de perdir permisos para ir a entrevistas en otras empresas y nuestra 'amistad' se intensificó cada vez más. Así fuí conociendo más a fondo a una persona distinta a la que por años solo había considerado como una parte más de mi familia.
Aunque su cordialidad y simpatía nunca cambiaron, me asusté al descubrir en ella una devoradora de hombres que nunca imaginé, casi a diario me contaba sus aventuras sexuales con toda una gama de personajes del género masculino que iban desde futbolistas locales conocidos hasta novios ó amantes de sus propias amigas. Digo, yo tampoco era la Virgen María ni mucho menos un ejemplo a seguir, pero mis travesuras no se comparaban con aquel comportamiento 'tan particular' y desenfadado. La situación se volvió extrema con la llegada de otra secretaria con el mismo tipo de intereses extra-laborales, al edificio donde se encontraban nuestras oficinas. De pronto aquello se convirtió en algo parecido a las telenovelas gringas donde se intercambiaban entre ellas, con o sin su consentimiento, los amantes en turno. Competían por ver quién sacaba la mayor cantidad de dinero y regalos posibles a aquellos ingenuos y calenturientos hombres, las demás chicas del edificio de las distintas empresitas que ahi se hospedaban, éramos poco menos que expectadoras morbosas de aquel show que se nos regalaba sin costo alguno.
Durante ese tiempo conocí al que sería mi pareja por cinco años y que, por mera coincidencia, había sido compañero de mi adorada prima en su trabajo anterior. Ya con algunos meses de relación y un poco de más confianza, me animé a preguntarle si entre ellos había habido algo (digo, conociendo de que pata cojeaba ella, todo era posible). Al principio el hombre dudó un poco, pero luego se sinceró diciéndome que en una ocasión en una fiesta si habían tenido un encuentro ... mmhhh .... más que cercano del primer tipo. Tonta de mí, más me hubiera valido no haber preguntado, a partir de allí dejaron de hacerme gracia las correrías de mi secretaria y empecé a cuidarme las espaldas.
Una tarde, después de una pelea con mi novio, sonó el teléfono de la recepción y le pedí a mi prima que contestara con el altavoz y si era él, le dijera que no me encontraba en mi oficina. Efectivamente, era él y después de los efusivos saludos de rigor y de saber que 'yo no estaba cerca' le hizo la siguiente pregunta: "tons que flaca, ¿cuando nos echamos un palito como el de la otra vez?". Ella quitó inmediatamente el altavoz haciendo un comentario estúpido para quitarle hierro al asunto, tratando de salvar la situación de forma que pareciera una broma. Yo casi vomito de la impresión, más aún cuando escuché la excusa con la que ella quiso convencerme de que todo fué una broma.
Mi vida comenzó a ser un infierno de celos, estoicamente aguanté vara cegándome a ver lo evidente por el dizque amor que creía sentir por aquel hombre. Traté de fingir demencia por lo menos un año más, ocultando mis temores y portándome con mucha seguridad en mi misma como si nada pasara. Ella seguía con sus amantes habituales y yo me consumía de dolor, pero nadie se enteraba. Una noche, tuve que llevar a mi prima a su casa después de una fiesta a la que mi novio no pudo asistir por compromisos en su trabajo, una vez en la puerta nos invitó a tomar café a mi y al grupo de amigos con el que íbamos. Eran casi las tres de la madrugada cuando, a medio café, recibió un llamada con la que fingió no escuchar a nadie del otro lado de la lína y colgó. A los cuantos minutos volvió a sonar el timbre del teléfono y me pidió que fuera yo la que contestara, así lo hice y en ésta ocasión la otra persona en la línea colgó. Yo empecé a ponerme nerviosa, me apresuré a terminar mi taza de café e irme; al doblar en la esquina de su calle, en un teléfono público, estaba mi novio con el auricular en la mano. Aquello que tanto temí, era una realidad, no hubo necesidad de más para quitarme la venda de los ojos y dar por terminada (o comenzada) la pesadilla recurrente que había llenado mis eternas noches de desvelo.
Todavía dejé pasar algunas angustiantes semanas antes de tomar una decisión. Recurrí a los consejos de mis amigas verdaderas, a un sacerdote, a mis hermanos ... tantas opiniones me confundieron aún más, hasta que encontre el valor necesario. Una noche, me presenté en la casa de mi jefe sin avisar, entre un nudo en la garganta y sollozos le comenté todo lo ocurrido y mi intención de despedir a mi prima de su puesto. También le hice saber mi sentimiento de culpa por no haber sido lo suficientemente profesional para no mezclar mi vida privada con lo laboral, mi falta de sentido común para haberme hecho respetar por mi subordinada y mi temor de cometer un injusticia si la dejaba sin empleo por motivos no oficiales. Le comuniqué mi decisión de abandonar mi puesto, después de más de 7 años en él, para cerrar el círculo vicioso en el que había caído y recobrar un poco de mi dignidad si es que algo quedaba de ella. La relación con mi novio, había quedado saldada también.
El apoyo de mi jefe fué incondicional, apostó por mí y hasta se ofreció él mismo a despedirla si es que yo no tenía el valor. Pero aún había otro problema de por medio, mi ingrata pariente me había comentado días antes, su temor de estar embarazada y eso hacía todavía más difícil la situación. Aún así la cité el sábado siguiente, día no laborable, para poder hablar con tranquilidad y sin interrupciones. Se me hicieron eternos los días y las noches hasta que se llegó el día, en el camino a la oficina recé todo lo que pude pidiéndole a Dios una señal de que mi decisión había sido la correcta. Y la señal llegó en forma de sobre, en las manos de mi prima, era el resultado de un análisis clínico en el que se confirmaba la inexistencia de su embarazo. Fué la luz verde que me dió el valor para sincerarme hasta donde me fué posible: "¿por qué teniendo todos los hombres a tu dispocisión, tuviste que fijarte en el único que por años me había hecho feliz a mí?", ella por su parte lo negó todo pero aceptó su despido con mucha dignidad.
Las siguientes semanas las dedicó a poner mi estabilidad mental por los suelos ante los ojos de las personas que nos conocian, hasta llegó a decir que el motivo de su salida fué la envidia que yo sentía de su bellaza y de su éxito con el sexo masculino; mi novio (que ya para esas fechas era "ex") iba cada tarde por ella a la oficina y el último día en la empresa tuvieron el valor de salir abrazados. No conforme con eso, los cheques post-fechados de su liquidación los hizo efectivos el mismo día, abusando de la confianza de la empresa y de la de los empleados del banco. El lío legal fué enorme, el banco cerró todas las cuentas de la empresa, estuvo a punto de iniciar un juicio legal por fraude y el pobre de mi jefe quedó en la lista de clientes 'indeseables' de las instituciones bancarias. Costó un trabajo y tiempo enormes abrir nuevas cuentas, lo que paralizó por unos días el movimiento financiero de la compañía.
Pero después de la tempestad llega la calma, yo me recuperé de mis heridas, me perdoné a mi misma un sinfin de cosas y volví a encontrar la paz que había perdido al lado de otras cosas menos importantes. Todavía queda latente la duda de si habré actuado con justicia, tengo que confesar muy a mi pesar, que la posibilidad de haberme equivocado en mis juicios también existe en mi pensamiento. El negocio de mi jefe siguió su camino de prosperidad después del bache que tuvo que pasar por mi culpa y hoy ha dejado de ser una microempresa para convertirse en una fuente de empleo segura y prestigiada para muchas familias. Permanecí allí por otros cinco años más hasta que me casé.
Mi prima también fué víctima de sus propios errores, aunque desde aquel entonces tiene un puesto importantísimo en un consorcio de alto nivel, ha pasado por muchas situaciones negativas que la han llevado hasta temer por su vida. Sigue sola y ganando muchísimo dinero, aún conserva algo de la belleza que en otro tiempo le dió muchas satisfacciones pero que no ha sido suficiente para darle una vida plena y feliz. Los rencores del pasado ya no existen y la familia recuperó su status como tal, pero los recuerdos dolorosos saltan de vez en vez, cuando alguien me comenta lo vacía y solitaria que es su vida. No puedo menos que sentir un poco de pena y hasta me pregunto si yo tendré algo que ver en ello y no, no es el típico relato de el que la hace la paga; más bien es un testimonio de personas a las que sus errores pueden enseñarles el camino y otras a las que simplemente no les dicen nada, una línea frágil y transparente que muchas veces nos es muy difícil no cruzar.
C'est la viè!