Quién no recuerda su primer amor? Quien diga que no es un mentiroso(a), yo lo recuerdo todavía con mucho cariño.
Mediados de los setenta y mi ídolo musical era el cantante norteamericano Donny Osmond, no me perdía ni uno sólo de sus programas semanales en el canal 6 local (ahora 5 de Televisa) llamado El Show de Donny and Marie Osmond. Compraba revistas gringas de teenagers con sólo ver en la portada alguna de sus fotografías con el dinero que me daban de domingo, era lo único que me alcanzaba aunque me hubirera gustado tener todos sus discos. En fin, yo creo que era su única fan en todo Monterrey.
Pues bien, esto viene a colación porque en la siguiente esquina de mi casa, se econtraba una base de taxis -que todavía no eran ecológicos, ni mucho menos Volkswagen- en la que trabajaban sólo señores que vivían en los alrededores. El taxista más joven de la flota era un muchacho de 17 años, vecino también, de nombre J.E. Estudiaba la preparatoria y en sus ratos libres sus hermanos le prestaban uno de los carros para ayudarse con alguna entrada de dinero. Yo sólo tenía 10 años de edad, y aunque las hormonas todavía no hacían de las suyas, a mi me parecía la versión azteca de mi adorado Donny.
Fué hasta que, cumplidos ya los 16, me empecé a fijar en él con más ... detenimiento. Desde hacía tiempo se había convertido en el chofer oficial de la familia y nos sacaba de apuros siempre que mi papá no podía llevarnos a mi mamá, a mí ó a alguno de mis hermanos. Nos había dado el teléfono de su casa, y si en una ocasión su carro no estaba estacionado en la base de los taxis, con toda confianza se le podía llamar a su casa. Era muy servicial, nunca se negaba a nada y con tanto ir y venir se fué convirtiendo en un amigo común de uno de mis hermanos. Cada semana mi mamá, mis hermanos y yo íbamos al fútbol, y digo cada semana porque unos somos rayados y otros tigres, y quién nos llevaba? pues si J.E. y en lugar de pagarle el viaje, le comprábamos el boleto de entrada.
Por su parte, el susodicho pensaba de mí como una "niña chiflada" a la que se le complacía en todo. No se explicaba el por qué hasta terminada la secundaria, y aunque el colegio estaba en el centro de Monterrey y nosotros vivíamos en el área del TEC, un transporte escolar me recogía en mi casa. "Se puede ir en camión", le escuché decir algunas veces a mi mamá ó mi hermano.
En el segundo año de prepa, ya estaba enamoradísima de J.E., y él ya no me trataba con tanta indiferencia y escepticismo. "Casualmente" visitaba la casa cuando no estaba ni mi hermano, ni nadie de los "mayores" y pasábamos tardes enteras platicando, escuchando música, me ayudaba a limpiar la casa y hasta me enseñó a manejar, prestándome su carro (regalado por uno de sus hermanos para trabajarlo de taxi). Amén de mis mariposas en la panza cada vez que me miraba, las piernas me temblaban con sólo escuchar la puerta de la reja al abrirse, tartamudeaba cuando contestaba a sus comentarios en doble sentido para ponerme nerviosa, el correcaminos me quedaba corto cuando de casualidad llegaba y yo con rulos para hacerme las tan de moda "anchoas" a lo Farrah Fawcett, vaya, el amor en todo su esplendor.
Se convirtió casi en todo un rito al llegar de la prepa (a la que ahora sí iba en camión) , asomarme por la cochera de mi casa, que tenía unos espacios en la pared que daban hacia la base de taxis frente a la que estaba también su casa, para ver si estaba su carro. Mi mamá dejaba la comida hecha, pues ella trabajaba con mi papá en su negocio, yo daba de comer a mi hermano y a mi papá esperando con ansias que regresaran a sus trabajos para quedarme sola. El motivo, fácil de adivinar, J.E. vendría como siempre en el momento en que estuviera lavando los trastes, haciendo alguna tarea ó simplemente sentada en una de las mecedoras de la entrada. Siempre llegaba con algo en las manos para mí: una manzana, un disco, un billete de lotería, un souvenir de los Rayados, unos chicles ó cualquier cosa que para mí eran la gloria en mis manos.
Los sábados, mi mamá se reunía con un grupo de amigas para jugar al Paco (ahora sólo es adicta a las maquinitas) en la colonia Fuentes del Valle a la que yo misma llevaba en al carro de mi hermano. Mi papá, a veces se quedaba en el taller con sus trabajadores celebrando religiosamente el fin de alguna semana dura de trabajo, comprándoles un cartón de Carta Blanca. Ya para entonces todos mis hermanos mayores estaban casados, a excepción de uno que salía con su novia también ese día.
Una noche de viernes, muy tarde por cierto, me despertó el teléfono. Adivinen quién era? ... Siii era J.E., un poco "alegre" pues llegaba de una fiesta, con una voz más sensual y varonil que John Corbett -que ya es mucho decir- preguntándome "qué haces?". Yo estaba totalmente shockeada, no sé si por el temor de que mis papas se dieran cuenta que estaba en el teléfono a esas horas, porque ya estaba en el quinto sueño ó porque simplemente alucinaba que una llamada a esas horas y con el tono con que me hablaba, era un paso gigantesco e increíble en nuestra "amistad". Lo mejor estaría por venir al decirme que estaba muy confundido, que no sabía lo que le pasaba pues todo el día estaba pensando en mí, que en su trabajo siempre estaba distraído y cometía muchos errores pensando en lo que yo estaría haciendo y que al salir sólo pensaba en ir a su casa para poder ir a verme. Pero, a que se debía su confusión? Dos cosas muy importantes: yo tenía sólo 17 años (él 23) y él una relación de 5 años con una novia que también vivía en los alrededores a la que mi madre conocía.
Por increíble que parezca yo nunca había tenido novio, y con mis pocos años e inexperiencia me parecían cosas de las que no había por qué preocuparse. Nos pusimos de acuerdo de vernos al día siguiente, después de que yo llevara a mi mamá a su reunión semanal, en el estacionamiento de un Oxxo estratégicamente situado donde no fuéramos muy conocidos. Así lo hicimos y fué ahí, un 17 de marzo donde recibí mi primer beso. Sin exagerar vi estrellitas, cohetes y escuché campanitas, exactamente igual que en my wildest dream!
Los siguientes cinco meses fueron exactamento eso, un sueño que me pareció eterno. Era emocionante tomarnos de la mano a escondidas en el carro, cuando mi mamá iba en el asiento de atrás (los carros antiguos no tenían separados en dos, los asientos delanteros). Salir de la prepa y verlo sorpresivamente en el estacionamiento esperándome para llevarme a casa, no tenía precio. En una ocasión se le hizo tarde, me vió subir en el camión y lo siguió, en pleno Juárez pasando Padre Mier le atravesó el carro al chofer y me decía "bájate, ven yo te llevo" toda la gente del camión bien enojada me empezó a gritar "ya bájate, bájate, si no, lo agarramos a ch*#%&/!zos", y me bajé llena de vergüenza y emocionadísima. Además era la envidia de mis amigas, porque salía con un muchacho mayor, no uno de nuestros compañeros de la escuela. Que cuándo veía a la novia? pues a lo mucho la llevaba del trabajo a su casa, porque pasaba casi todo el tiempo conmigo. Yo no sentía mucho sus ausencias, porque cuando no lo veía, salía con mis amigos al patinadero, al cine, a cenar. Tenía siempre algo que hacer, la agenda llena ja!, mis amigos no me dejaban tiempo para extrañarlo porque además me pasaba todo el tiempo hablando de él.
En el mes de junio de ese año, sería mi graduación de la prepa (La No. 1, que se llamaba Colegio Civil, en frente del Cine Juárez). Hicimos un plan para que fuera mi acompañante sin tener que hacerlo a escondidas de mis padres. Les dije que me acompañaría uno de mis amigos, pero justo dos días antes de la fiesta le dije a mi mamá que mi amigo no podría ir y yo sola no me iba a presentar en el baile. La pobre de mi madre cayó redondita, y fué precisamente ella quien le pidió a J.E. que fuera conmigo; él ya hasta se había comprado un traje para la ocasión.
Fué una noche inolvidable en el Club de Leones de Cumbres, me sentí soñada con mi vestido y con mi acompañante. El pelo en la sopa fué darme cuenta, en un momento de la noche cuando el alzó su brazo para tomar su bebida, que en la parte baja de la manga del saco, colgaba LA ETIQUETA!!! con el precio del traje!!! Después nos reímos juntos del desliz. Esa fué la primera vez que llegué de madrugada a mi casa, y lo mejor de todo es que no tenía de qué preocuparme pues tenía permiso por ser un evento tan especial. En el baile solo duramos apenas unas dos horas, nos salimos y fuimos a cenar a un restaurante muy elegante. Luego fuimos al Obispado donde hablamos ya en un tono más serio, del rumbo que estaban tomando las cosas. Me prometió que hablaría con su novia para terminar y que después haría lo mismo con mis padres para no tener que estar haciendo todo a escondidas y mintiendo. Para mí, no hacía falta que lo hiciera, con el sólo hecho de prometerlo me dí cuenta que sentía lo mismo que yo. Me dijo lo feliz que se sentía conmigo y que si mi familia lo aceptaba tal vez nos casaríamos pronto; ya no quería un noviazgo largo y tal vez sólo tendríamos que esperar a que yo cumpliera 18 años para casarnos. Seguía soñando, el maravilloso sueño de compartir para siempre mi vida con el que era mi primer amor, para qué quería más si él era todo para mí?
Como dije antes, mi inocencia me hizo pensar que todo estaba solucionado. Después de ese día, nunca volví a tocar el tema de la novia por no presionarlo, pensando que eso llevaba tiempo y que cuando ocurriera él mismo me lo diría. Dos meses más tarde, me pidió un sábado completo para él, pues tenía algo importante qué decirme. Creyendo adivinar de lo que se trataba, me las arreglé para salir de mi casa argumentando una reunión con los que ya eran mis ex-compañeros, a los que también puse de acuerdo para seguir mi mentira.
Me puse un vestido nuevo, regalo de cumpleaños de mi padre, muy coqueto arriba de la rodilla pues apenas volvía la moda de la minifalda. Fuimos al cine, por aquellos años eran nuevos Los Gemelos Anáhuac (como siempre lo más lejos posible de nuestros terrenos) y vimos la película "Cuernos a la moda" -profético título- con Warren Beatty. Después fuimos a cenar a un restaurante con música en vivo ahí mismo en San Nicolás, en el que me di cuena que estaba un poco nervioso y tenso. Le pregunté si no le había gustado la película y sólo alcanzó a decir que tal vez estaría un poco cansado.
En el regreso a mi casa, se detuvo en el parque de la Prepa 15 y en tono muy serio me dijo que esa era la última vez que nos íbamos a ver. No tuve tiempo de preguntar el motivo, pues rápido empezó a contarme lo que sucedió cuando le planteó a su novia terminar su relación: por respuesta obtuvo un "estoy embarazada". No me sorprendió el hecho del embarazo en sí, yo estaba enterada que ellos tenían sexo desde el principio, muchas veces me pidió hacer lo mismo pero en todas ellas me negué. Mi educación católica y el temor a darles un dolor de cabeza a mis padres siempre fueron más fuertes que mis hormonas. El caso es que sufrí la primera y más grande desilusión en mis pocos años, y creo que no fuí la única. El también sufrió lo suyo, unos años después supe por mi hermano, que ya en otras tres ocasiones había pasado y que ella había interrumpido sus embarazos voluntariamente. Pero ésta vez era diferente, ella no estaba dispuesta a hacerlo de nuevo, mucho menos sabiendo que él quería terminar.
No fué ésta la última vez que nos vimos, ellos se casaron el 28 de noviembre de ese mismo año y a los dos meses de casados fué a buscarme a la facultad. Yo sufría mucho porque estaba muy enamorada todavía y la idea de ya era un hombre casado me atormentaba sobremanera; aceptaba sus visitas a la escuela, pero de ahí no pasó. Cuando se dió cuenta que yo no estaba dispuesta a volver de ninguna forma, dejó de insistir. Hoy ese hijo tiene 24 años, y además tiene otro de 21 ó 22, no estoy segura.
Tardé años en olvidarlo, tampoco se me daba la gana olvidar una historia tan bonita como la nuestra, me dediqué a estudiar, a conocer otra gente, a aprender los entresijos del comportamiento humano. Hasta que llegó otra persona que me hizo sentir con la misma intensidad el amor, pero ésa, es otra historia ...
Mediados de los setenta y mi ídolo musical era el cantante norteamericano Donny Osmond, no me perdía ni uno sólo de sus programas semanales en el canal 6 local (ahora 5 de Televisa) llamado El Show de Donny and Marie Osmond. Compraba revistas gringas de teenagers con sólo ver en la portada alguna de sus fotografías con el dinero que me daban de domingo, era lo único que me alcanzaba aunque me hubirera gustado tener todos sus discos. En fin, yo creo que era su única fan en todo Monterrey.
Pues bien, esto viene a colación porque en la siguiente esquina de mi casa, se econtraba una base de taxis -que todavía no eran ecológicos, ni mucho menos Volkswagen- en la que trabajaban sólo señores que vivían en los alrededores. El taxista más joven de la flota era un muchacho de 17 años, vecino también, de nombre J.E. Estudiaba la preparatoria y en sus ratos libres sus hermanos le prestaban uno de los carros para ayudarse con alguna entrada de dinero. Yo sólo tenía 10 años de edad, y aunque las hormonas todavía no hacían de las suyas, a mi me parecía la versión azteca de mi adorado Donny.
Fué hasta que, cumplidos ya los 16, me empecé a fijar en él con más ... detenimiento. Desde hacía tiempo se había convertido en el chofer oficial de la familia y nos sacaba de apuros siempre que mi papá no podía llevarnos a mi mamá, a mí ó a alguno de mis hermanos. Nos había dado el teléfono de su casa, y si en una ocasión su carro no estaba estacionado en la base de los taxis, con toda confianza se le podía llamar a su casa. Era muy servicial, nunca se negaba a nada y con tanto ir y venir se fué convirtiendo en un amigo común de uno de mis hermanos. Cada semana mi mamá, mis hermanos y yo íbamos al fútbol, y digo cada semana porque unos somos rayados y otros tigres, y quién nos llevaba? pues si J.E. y en lugar de pagarle el viaje, le comprábamos el boleto de entrada.
Por su parte, el susodicho pensaba de mí como una "niña chiflada" a la que se le complacía en todo. No se explicaba el por qué hasta terminada la secundaria, y aunque el colegio estaba en el centro de Monterrey y nosotros vivíamos en el área del TEC, un transporte escolar me recogía en mi casa. "Se puede ir en camión", le escuché decir algunas veces a mi mamá ó mi hermano.
En el segundo año de prepa, ya estaba enamoradísima de J.E., y él ya no me trataba con tanta indiferencia y escepticismo. "Casualmente" visitaba la casa cuando no estaba ni mi hermano, ni nadie de los "mayores" y pasábamos tardes enteras platicando, escuchando música, me ayudaba a limpiar la casa y hasta me enseñó a manejar, prestándome su carro (regalado por uno de sus hermanos para trabajarlo de taxi). Amén de mis mariposas en la panza cada vez que me miraba, las piernas me temblaban con sólo escuchar la puerta de la reja al abrirse, tartamudeaba cuando contestaba a sus comentarios en doble sentido para ponerme nerviosa, el correcaminos me quedaba corto cuando de casualidad llegaba y yo con rulos para hacerme las tan de moda "anchoas" a lo Farrah Fawcett, vaya, el amor en todo su esplendor.
Se convirtió casi en todo un rito al llegar de la prepa (a la que ahora sí iba en camión) , asomarme por la cochera de mi casa, que tenía unos espacios en la pared que daban hacia la base de taxis frente a la que estaba también su casa, para ver si estaba su carro. Mi mamá dejaba la comida hecha, pues ella trabajaba con mi papá en su negocio, yo daba de comer a mi hermano y a mi papá esperando con ansias que regresaran a sus trabajos para quedarme sola. El motivo, fácil de adivinar, J.E. vendría como siempre en el momento en que estuviera lavando los trastes, haciendo alguna tarea ó simplemente sentada en una de las mecedoras de la entrada. Siempre llegaba con algo en las manos para mí: una manzana, un disco, un billete de lotería, un souvenir de los Rayados, unos chicles ó cualquier cosa que para mí eran la gloria en mis manos.
Los sábados, mi mamá se reunía con un grupo de amigas para jugar al Paco (ahora sólo es adicta a las maquinitas) en la colonia Fuentes del Valle a la que yo misma llevaba en al carro de mi hermano. Mi papá, a veces se quedaba en el taller con sus trabajadores celebrando religiosamente el fin de alguna semana dura de trabajo, comprándoles un cartón de Carta Blanca. Ya para entonces todos mis hermanos mayores estaban casados, a excepción de uno que salía con su novia también ese día.
Una noche de viernes, muy tarde por cierto, me despertó el teléfono. Adivinen quién era? ... Siii era J.E., un poco "alegre" pues llegaba de una fiesta, con una voz más sensual y varonil que John Corbett -que ya es mucho decir- preguntándome "qué haces?". Yo estaba totalmente shockeada, no sé si por el temor de que mis papas se dieran cuenta que estaba en el teléfono a esas horas, porque ya estaba en el quinto sueño ó porque simplemente alucinaba que una llamada a esas horas y con el tono con que me hablaba, era un paso gigantesco e increíble en nuestra "amistad". Lo mejor estaría por venir al decirme que estaba muy confundido, que no sabía lo que le pasaba pues todo el día estaba pensando en mí, que en su trabajo siempre estaba distraído y cometía muchos errores pensando en lo que yo estaría haciendo y que al salir sólo pensaba en ir a su casa para poder ir a verme. Pero, a que se debía su confusión? Dos cosas muy importantes: yo tenía sólo 17 años (él 23) y él una relación de 5 años con una novia que también vivía en los alrededores a la que mi madre conocía.
Por increíble que parezca yo nunca había tenido novio, y con mis pocos años e inexperiencia me parecían cosas de las que no había por qué preocuparse. Nos pusimos de acuerdo de vernos al día siguiente, después de que yo llevara a mi mamá a su reunión semanal, en el estacionamiento de un Oxxo estratégicamente situado donde no fuéramos muy conocidos. Así lo hicimos y fué ahí, un 17 de marzo donde recibí mi primer beso. Sin exagerar vi estrellitas, cohetes y escuché campanitas, exactamente igual que en my wildest dream!
Los siguientes cinco meses fueron exactamento eso, un sueño que me pareció eterno. Era emocionante tomarnos de la mano a escondidas en el carro, cuando mi mamá iba en el asiento de atrás (los carros antiguos no tenían separados en dos, los asientos delanteros). Salir de la prepa y verlo sorpresivamente en el estacionamiento esperándome para llevarme a casa, no tenía precio. En una ocasión se le hizo tarde, me vió subir en el camión y lo siguió, en pleno Juárez pasando Padre Mier le atravesó el carro al chofer y me decía "bájate, ven yo te llevo" toda la gente del camión bien enojada me empezó a gritar "ya bájate, bájate, si no, lo agarramos a ch*#%&/!zos", y me bajé llena de vergüenza y emocionadísima. Además era la envidia de mis amigas, porque salía con un muchacho mayor, no uno de nuestros compañeros de la escuela. Que cuándo veía a la novia? pues a lo mucho la llevaba del trabajo a su casa, porque pasaba casi todo el tiempo conmigo. Yo no sentía mucho sus ausencias, porque cuando no lo veía, salía con mis amigos al patinadero, al cine, a cenar. Tenía siempre algo que hacer, la agenda llena ja!, mis amigos no me dejaban tiempo para extrañarlo porque además me pasaba todo el tiempo hablando de él.
En el mes de junio de ese año, sería mi graduación de la prepa (La No. 1, que se llamaba Colegio Civil, en frente del Cine Juárez). Hicimos un plan para que fuera mi acompañante sin tener que hacerlo a escondidas de mis padres. Les dije que me acompañaría uno de mis amigos, pero justo dos días antes de la fiesta le dije a mi mamá que mi amigo no podría ir y yo sola no me iba a presentar en el baile. La pobre de mi madre cayó redondita, y fué precisamente ella quien le pidió a J.E. que fuera conmigo; él ya hasta se había comprado un traje para la ocasión.
Fué una noche inolvidable en el Club de Leones de Cumbres, me sentí soñada con mi vestido y con mi acompañante. El pelo en la sopa fué darme cuenta, en un momento de la noche cuando el alzó su brazo para tomar su bebida, que en la parte baja de la manga del saco, colgaba LA ETIQUETA!!! con el precio del traje!!! Después nos reímos juntos del desliz. Esa fué la primera vez que llegué de madrugada a mi casa, y lo mejor de todo es que no tenía de qué preocuparme pues tenía permiso por ser un evento tan especial. En el baile solo duramos apenas unas dos horas, nos salimos y fuimos a cenar a un restaurante muy elegante. Luego fuimos al Obispado donde hablamos ya en un tono más serio, del rumbo que estaban tomando las cosas. Me prometió que hablaría con su novia para terminar y que después haría lo mismo con mis padres para no tener que estar haciendo todo a escondidas y mintiendo. Para mí, no hacía falta que lo hiciera, con el sólo hecho de prometerlo me dí cuenta que sentía lo mismo que yo. Me dijo lo feliz que se sentía conmigo y que si mi familia lo aceptaba tal vez nos casaríamos pronto; ya no quería un noviazgo largo y tal vez sólo tendríamos que esperar a que yo cumpliera 18 años para casarnos. Seguía soñando, el maravilloso sueño de compartir para siempre mi vida con el que era mi primer amor, para qué quería más si él era todo para mí?
Como dije antes, mi inocencia me hizo pensar que todo estaba solucionado. Después de ese día, nunca volví a tocar el tema de la novia por no presionarlo, pensando que eso llevaba tiempo y que cuando ocurriera él mismo me lo diría. Dos meses más tarde, me pidió un sábado completo para él, pues tenía algo importante qué decirme. Creyendo adivinar de lo que se trataba, me las arreglé para salir de mi casa argumentando una reunión con los que ya eran mis ex-compañeros, a los que también puse de acuerdo para seguir mi mentira.
Me puse un vestido nuevo, regalo de cumpleaños de mi padre, muy coqueto arriba de la rodilla pues apenas volvía la moda de la minifalda. Fuimos al cine, por aquellos años eran nuevos Los Gemelos Anáhuac (como siempre lo más lejos posible de nuestros terrenos) y vimos la película "Cuernos a la moda" -profético título- con Warren Beatty. Después fuimos a cenar a un restaurante con música en vivo ahí mismo en San Nicolás, en el que me di cuena que estaba un poco nervioso y tenso. Le pregunté si no le había gustado la película y sólo alcanzó a decir que tal vez estaría un poco cansado.
En el regreso a mi casa, se detuvo en el parque de la Prepa 15 y en tono muy serio me dijo que esa era la última vez que nos íbamos a ver. No tuve tiempo de preguntar el motivo, pues rápido empezó a contarme lo que sucedió cuando le planteó a su novia terminar su relación: por respuesta obtuvo un "estoy embarazada". No me sorprendió el hecho del embarazo en sí, yo estaba enterada que ellos tenían sexo desde el principio, muchas veces me pidió hacer lo mismo pero en todas ellas me negué. Mi educación católica y el temor a darles un dolor de cabeza a mis padres siempre fueron más fuertes que mis hormonas. El caso es que sufrí la primera y más grande desilusión en mis pocos años, y creo que no fuí la única. El también sufrió lo suyo, unos años después supe por mi hermano, que ya en otras tres ocasiones había pasado y que ella había interrumpido sus embarazos voluntariamente. Pero ésta vez era diferente, ella no estaba dispuesta a hacerlo de nuevo, mucho menos sabiendo que él quería terminar.
No fué ésta la última vez que nos vimos, ellos se casaron el 28 de noviembre de ese mismo año y a los dos meses de casados fué a buscarme a la facultad. Yo sufría mucho porque estaba muy enamorada todavía y la idea de ya era un hombre casado me atormentaba sobremanera; aceptaba sus visitas a la escuela, pero de ahí no pasó. Cuando se dió cuenta que yo no estaba dispuesta a volver de ninguna forma, dejó de insistir. Hoy ese hijo tiene 24 años, y además tiene otro de 21 ó 22, no estoy segura.
Tardé años en olvidarlo, tampoco se me daba la gana olvidar una historia tan bonita como la nuestra, me dediqué a estudiar, a conocer otra gente, a aprender los entresijos del comportamiento humano. Hasta que llegó otra persona que me hizo sentir con la misma intensidad el amor, pero ésa, es otra historia ...