Recuerdo aquella tarde de viernes como si hubiera sido ayer. Había sol, pero no hacía mucho calor, nada raro en los octubres regios que recuerdo. Llevaba algunos meses sumida en una profunda depresión debido a la ruptura de una relación de cinco años, mi vida fuera de mi actividad laboral estaba llena de pensamientos obsesivos y autoflagelaciones mentales recordando todo aquello que me había dejado de nuevo en la soledad total. Miles de preguntas sin respuestas rondaban mi cabeza una y otra vez, la música que antes servía de fiel compañera a mis jornadas se había convertido en un martirio sin fin, dejé de escucharla y el silencio se burlaba de mí dejándome a merced de mis pensamientos autodestructivos.
Esa tarde no había nadie más en la oficina, el trabajo estaba hecho pero mi ánimo me retenía en aquel sillón de mi escritorio, solo el pensar que a cualquier lugar al que fuera debería fingir una mueca de "todo está bien" me enfermaba aún más. Sin ninguna otra opción, tomé mi coche y me dirigí a casa, muy a mi pesar.
En el trayecto, en una de las avenidas de alta velocidad, vi a lo lejos una pipa de agua estacionada en el carril izquierdo. Su chofer parado a un lado, dirigía con ambas manos la manguera de la que salía aquel enorme chorro de agua, hacia el pasto y los árboles del camellón que dividía los sentidos de circulación. De pronto una idea fija se apoderó de mí, oprimí el acelerador hasta donde pude, sin moverme del mismo carril en el que se encontraba el camión. Una gran cantidad de lágrimas comenzaron a salir a borbotones al mismo tiempo en que el velocímetro recorría cada raya marcada en él, mi garganta estaba completamente seca, mi boca cerrada herméticamente y mi pensamiento vacío. Curiosamente, los otros tres carriles también lo estaban, rarísimo para un viernes a las siete de la tarde.
Como en una caricatura, vi como el camión se iba haciendo enorme a mis ojos, parecía como si un imán me llevara directo hacia él. No sientí miedo, no me temblaron ni el pie puesto en el acelerador hasta el fondo, ni las manos aferradas con todas mis fuerzas al volante. Sabía perfectamente hacia dónde iba. Todo pasó como un flash cortísimo y en el momento más cercano a mi destino, sentí claramente un jalón en mi brazo derecho y el volantazo hizo que mi coche diera una vuelta casi en redondo al tiempo que pisaba fuerte el freno. El pobre jardinero de la pipa se espantó tanto que dió un brinco ahí mismo, al verle su cara pálida, la mía se llenó de vergüenza y miedo. ¿Qué había intentado hacer?
Los cinco minutos que separaron aquel instante de la puerta de mi casa, los pasé llorando como no lo había hecho en los meses anteriores, seguramente los otros conductores que me vieron habrán sentido pena ó lástima por mí, yo misma lo sentía. Cuando intentaba abrir con manos temblorosas la puerta de mi casa, escuché cómo el teléfono comenzaba a sonar, era la madre de una de mis mejores amigas quien hacía un año se había marchado a los Estados Unidos a probar suerte. Como pude, me aclaré la garganta para no asustarla, la voz de aquella bendita mujer sonaba como los mismos ángeles:
- "Hola, soy la mamá de Fulanita, hace mucho que no sé de tí, cómo estás?"
- "Mmhhh, bien, bien Doña O. Ustedes cómo están?"
- "Todos bien, gracias. Fíjate que un grupo de vecinas organizamos una cadena de oración, el rosario de hoy toca en mi casa y no sé por qué me acordé de tí. Pensé que sería un muy buen pretexto para que vengas a visistarnos".
- "Claro que sí, a qué hora es?"
- "Ah que bueno que vienes, comenzamos en media hora, aquí te espero".
La última vez que había visitado a los padres de mi amiga fué por lo menos unos dos o tres meses atrás, el motivo de su invitación y lo que me había sucedido minutos antes, me hicieron contestar casi automáticamente que si. Una vez en su casa, con aquel grupo de señoras todas de la edad de mi madre, vi como mi panorama comenzaba a abrirse. El oscuro tunel de dolor por el que pasé, y que pensé no tendría fin, empezaba a tener claridad a lo lejos. Aquella fué la última vez que un mal de amores me hizo perder piso, me propuse no volver a depender emocionalmente de nadie y aprendí a proporcionarme yo misma mi propia estabilidad.
Ahora, agradezco infinitamente a aquel hombre que me abandonó, porque gracias a él encontré mi valor y formé una familia como la que siempre soñé, algo que seguramente a su lado nunca hubiera tenido. Bien dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre.
C'est la vie.
Esa tarde no había nadie más en la oficina, el trabajo estaba hecho pero mi ánimo me retenía en aquel sillón de mi escritorio, solo el pensar que a cualquier lugar al que fuera debería fingir una mueca de "todo está bien" me enfermaba aún más. Sin ninguna otra opción, tomé mi coche y me dirigí a casa, muy a mi pesar.
En el trayecto, en una de las avenidas de alta velocidad, vi a lo lejos una pipa de agua estacionada en el carril izquierdo. Su chofer parado a un lado, dirigía con ambas manos la manguera de la que salía aquel enorme chorro de agua, hacia el pasto y los árboles del camellón que dividía los sentidos de circulación. De pronto una idea fija se apoderó de mí, oprimí el acelerador hasta donde pude, sin moverme del mismo carril en el que se encontraba el camión. Una gran cantidad de lágrimas comenzaron a salir a borbotones al mismo tiempo en que el velocímetro recorría cada raya marcada en él, mi garganta estaba completamente seca, mi boca cerrada herméticamente y mi pensamiento vacío. Curiosamente, los otros tres carriles también lo estaban, rarísimo para un viernes a las siete de la tarde.
Como en una caricatura, vi como el camión se iba haciendo enorme a mis ojos, parecía como si un imán me llevara directo hacia él. No sientí miedo, no me temblaron ni el pie puesto en el acelerador hasta el fondo, ni las manos aferradas con todas mis fuerzas al volante. Sabía perfectamente hacia dónde iba. Todo pasó como un flash cortísimo y en el momento más cercano a mi destino, sentí claramente un jalón en mi brazo derecho y el volantazo hizo que mi coche diera una vuelta casi en redondo al tiempo que pisaba fuerte el freno. El pobre jardinero de la pipa se espantó tanto que dió un brinco ahí mismo, al verle su cara pálida, la mía se llenó de vergüenza y miedo. ¿Qué había intentado hacer?
Los cinco minutos que separaron aquel instante de la puerta de mi casa, los pasé llorando como no lo había hecho en los meses anteriores, seguramente los otros conductores que me vieron habrán sentido pena ó lástima por mí, yo misma lo sentía. Cuando intentaba abrir con manos temblorosas la puerta de mi casa, escuché cómo el teléfono comenzaba a sonar, era la madre de una de mis mejores amigas quien hacía un año se había marchado a los Estados Unidos a probar suerte. Como pude, me aclaré la garganta para no asustarla, la voz de aquella bendita mujer sonaba como los mismos ángeles:
- "Hola, soy la mamá de Fulanita, hace mucho que no sé de tí, cómo estás?"
- "Mmhhh, bien, bien Doña O. Ustedes cómo están?"
- "Todos bien, gracias. Fíjate que un grupo de vecinas organizamos una cadena de oración, el rosario de hoy toca en mi casa y no sé por qué me acordé de tí. Pensé que sería un muy buen pretexto para que vengas a visistarnos".
- "Claro que sí, a qué hora es?"
- "Ah que bueno que vienes, comenzamos en media hora, aquí te espero".
La última vez que había visitado a los padres de mi amiga fué por lo menos unos dos o tres meses atrás, el motivo de su invitación y lo que me había sucedido minutos antes, me hicieron contestar casi automáticamente que si. Una vez en su casa, con aquel grupo de señoras todas de la edad de mi madre, vi como mi panorama comenzaba a abrirse. El oscuro tunel de dolor por el que pasé, y que pensé no tendría fin, empezaba a tener claridad a lo lejos. Aquella fué la última vez que un mal de amores me hizo perder piso, me propuse no volver a depender emocionalmente de nadie y aprendí a proporcionarme yo misma mi propia estabilidad.
Ahora, agradezco infinitamente a aquel hombre que me abandonó, porque gracias a él encontré mi valor y formé una familia como la que siempre soñé, algo que seguramente a su lado nunca hubiera tenido. Bien dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre.
C'est la vie.