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octubre 17, 2007

Confesiones

Recuerdo aquella tarde de viernes como si hubiera sido ayer. Había sol, pero no hacía mucho calor, nada raro en los octubres regios que recuerdo. Llevaba algunos meses sumida en una profunda depresión debido a la ruptura de una relación de cinco años, mi vida fuera de mi actividad laboral estaba llena de pensamientos obsesivos y autoflagelaciones mentales recordando todo aquello que me había dejado de nuevo en la soledad total. Miles de preguntas sin respuestas rondaban mi cabeza una y otra vez, la música que antes servía de fiel compañera a mis jornadas se había convertido en un martirio sin fin, dejé de escucharla y el silencio se burlaba de mí dejándome a merced de mis pensamientos autodestructivos.

Esa tarde no había nadie más en la oficina, el trabajo estaba hecho pero mi ánimo me retenía en aquel sillón de mi escritorio, solo el pensar que a cualquier lugar al que fuera debería fingir una mueca de "todo está bien" me enfermaba aún más. Sin ninguna otra opción, tomé mi coche y me dirigí a casa, muy a mi pesar.

En el trayecto, en una de las avenidas de alta velocidad, vi a lo lejos una pipa de agua estacionada en el carril izquierdo. Su chofer parado a un lado, dirigía con ambas manos la manguera de la que salía aquel enorme chorro de agua, hacia el pasto y los árboles del camellón que dividía los sentidos de circulación. De pronto una idea fija se apoderó de mí, oprimí el acelerador hasta donde pude, sin moverme del mismo carril en el que se encontraba el camión. Una gran cantidad de lágrimas comenzaron a salir a borbotones al mismo tiempo en que el velocímetro recorría cada raya marcada en él, mi garganta estaba completamente seca, mi boca cerrada herméticamente y mi pensamiento vacío. Curiosamente, los otros tres carriles también lo estaban, rarísimo para un viernes a las siete de la tarde.

Como en una caricatura, vi como el camión se iba haciendo enorme a mis ojos, parecía como si un imán me llevara directo hacia él. No sientí miedo, no me temblaron ni el pie puesto en el acelerador hasta el fondo, ni las manos aferradas con todas mis fuerzas al volante. Sabía perfectamente hacia dónde iba. Todo pasó como un flash cortísimo y en el momento más cercano a mi destino, sentí claramente un jalón en mi brazo derecho y el volantazo hizo que mi coche diera una vuelta casi en redondo al tiempo que pisaba fuerte el freno. El pobre jardinero de la pipa se espantó tanto que dió un brinco ahí mismo, al verle su cara pálida, la mía se llenó de vergüenza y miedo. ¿Qué había intentado hacer?

Los cinco minutos que separaron aquel instante de la puerta de mi casa, los pasé llorando como no lo había hecho en los meses anteriores, seguramente los otros conductores que me vieron habrán sentido pena ó lástima por mí, yo misma lo sentía. Cuando intentaba abrir con manos temblorosas la puerta de mi casa, escuché cómo el teléfono comenzaba a sonar, era la madre de una de mis mejores amigas quien hacía un año se había marchado a los Estados Unidos a probar suerte. Como pude, me aclaré la garganta para no asustarla, la voz de aquella bendita mujer sonaba como los mismos ángeles:

- "Hola, soy la mamá de Fulanita, hace mucho que no sé de tí, cómo estás?"
- "Mmhhh, bien, bien Doña O. Ustedes cómo están?"
- "Todos bien, gracias. Fíjate que un grupo de vecinas organizamos una cadena de oración, el rosario de hoy toca en mi casa y no sé por qué me acordé de tí. Pensé que sería un muy buen pretexto para que vengas a visistarnos".
- "Claro que sí, a qué hora es?"
- "Ah que bueno que vienes, comenzamos en media hora, aquí te espero".

La última vez que había visitado a los padres de mi amiga fué por lo menos unos dos o tres meses atrás, el motivo de su invitación y lo que me había sucedido minutos antes, me hicieron contestar casi automáticamente que si. Una vez en su casa, con aquel grupo de señoras todas de la edad de mi madre, vi como mi panorama comenzaba a abrirse. El oscuro tunel de dolor por el que pasé, y que pensé no tendría fin, empezaba a tener claridad a lo lejos. Aquella fué la última vez que un mal de amores me hizo perder piso, me propuse no volver a depender emocionalmente de nadie y aprendí a proporcionarme yo misma mi propia estabilidad.

Ahora, agradezco infinitamente a aquel hombre que me abandonó, porque gracias a él encontré mi valor y formé una familia como la que siempre soñé, algo que seguramente a su lado nunca hubiera tenido. Bien dicen que cuando una puerta se cierra, otra se abre.



C'est la vie.

noviembre 11, 2006

Amor, cosa tan rara (Parte II)

Habían pasado más de cuatro años desde mi primera desilusión, y me encontraba en el último año de universidad. De acuerdo con mis amigas, decidimos dejar para el último semestre la realización del Servicio Social tratando de encontrar una institución en la que hubiera vacantes suficientes para las tres y no separarnos en ésta etapa final de la carrera . Así, llegamos a una institución gubernamental, en aquel tiempo dirigida por una importante mujer de la política norteña que años después se convertiría en la primera senadora neolonesa priísta.

Por cosas del destino, nos colocaron a mis amigas y a mí en diferentes departamentos que de alguna forma estaban relacionados entre sí, pero casi no teníamos contacto. Ahí mismo había un departamento de apoyo para el resto de ellos, encabezado por un licenciado joven de apariencia seria y adusta al que en un principio tuve mucho miedo, de nombre M.J.. Me limitaba a saludarlo al pasar frente a su puerta, siempre abierta de par en par, pues quedaba camino de mi oficina y nada más. En otro de los departamentos había una joven muy agradable: P.R. también egresada de Facultad de Ciencias de Comunicación al igual que M.J. (pero entre ellos no existía trato de ningún tipo, sobre todo porque a ella le caía muy mal), ella si pertenecía a la plantilla de empleados. Desde el principio nos caímos bien, y cada que se podía nos reuniamos para platicar. Me encantaban sus historias de “farándula” y sus canciones pues fue la ganadora de un concurso de interpretación musical a nivel universitario y era muy conocida en el medio. Nuestra amistad traspasó las paredes de la oficina, mi familia y la suya nos conociern a ambas aunque nuestro contacto no era muy frecuente en los fines de semana porque ella salía con su novio. A estas alturas del partido, mis otras dos amigas ya eran “harina de otro costal”.

Un lunes me intigró ver vacía la oficina de M.J. e inmediatamente le pregunté a mi jefe por el susodicho, pero nadie sabía nada. Dos días después estaba de nuevo allí, tocándose el bigote como de costumbre con la única mano posible: la otra la tenía enyesada desde el hombro hasta la muñeca y usaba un cabestrillo enorme. Mujer al fin, ésta vez me detuve en la puerta para preguntarle que había pasado y ofrecerle mi ayuda desinteresada. En dos frases me contó sobre un accidente ocurrido durante el fin de semana en el que su auto quedó completamente destrozado, me agradeció la pregunta y el ofrecimiento. Ese fue el día D, y a partir de ahí no me lo pude quitar de la cabeza, hasta mis jefes me hacían burla porque decían que por lo serio que se veía no tenía nada en común conmigo, y no se explicaban cómo era posible que me gustara un hombre tan introvertido. Le comenté también a mi amiga P.R. mi interés por M.J. y simplemente se rió en mi cara, diciéndome que seguramente tendría que ver de nuevo al oftalmólogo, que nadie en su sano juicio se fijaría en ese hombre con cara de pocos amigos. Ya para entonces P.R. me había presentado a su novio, muy guapo por cierto, con el que según ella muy pronto se casaría.

Yo no sabía de qué me hablaban ni de qué se reían mis compañeros, para mí M.J. era un sol: su cabello negro y lacio brillaba como ninguno, su boca era perfecta las pocas veces que sonreía y dejaba asomar sus fuertes y bien formados dientes bajo ese enorme mostacho que me volvía loca y lo mejor de todo es que era más alto que yo! Para mí su único defecto era ser un poco mayor, solo unos cuantos años pero a quién le importaba? bah! era lo de menos.

El semestre estaba a punto de terminar, no así mis 480 horas obligatorias, las clases eran tan pocas que yo pasaba la mayor parte del tiempo en el S.S. tratando de hacer más horas para terminarlo en el menor tiempo posible. La realidad era que deseaba estar el mayor tiempo posible al lado de M.J, pues había días en los que no checaba la tarjeta que contabilizaba mi tiempo en la oficina. Con un poco suerte y mucho empeño todo se fue acomodando, yo era la única de las pasantes con licencia de manejo y M.J. no podía conducir, así que me convertí prácticamente en su chofer, también era la única que manejaba el Leroy (rotulador manual de planos arquitectónicos) con el que se trabajaba mucho en su departamento a la hora de entregar constancias de cursos y diplomas. El mismo M.J. se encarcaba de hablar con mi jefe para llevarme “prestada” a los eventos como auxiliar “in situ”, esto hizo que pasáramos cada vez más tiempo juntos y el trato fue haciéndose menos “oficial”. La jornada de trabajo para todos terminaba a las tres de la tarde, al fin dependencia gubernamental, y M.J. tenía un negocio paralelo a su trabajo, al que dedicaba todas las tardes muy cerca de ahí, en el mero corazón del centro de Monterrey. Esto lo supe hasta una tarde ociosa en la que busqué su número telefónico en el directorio y sin pensarlo le llamé. Me contestó su padre y fue él quien me dijo dónde se encontraba mi adorado tormento, agradecí la información pero muy apenada no dejé mi nombre. Era la primera vez que me atrevía a hacer algo así, tomar la iniciativa en algo, con el riesgo de ser rechazada era uno de mis mayores temores.

Muy segura de mi misma, pensando que de mi travesura ni cuenta se daría, llegué al día siguiente a la oficina y fue él quien estaba esperándome en la recepción. Sin decir agua va, me soltó un “por qué no dejaste ayer tu número de teléfono?”. Me quedé paralizada al verme sorprendida, hubiera querido salir corriendo sin regresar nunca, y lo único que atiné a decir fue “tú no me diste el tuyo y lo encontré, ahora te toca a ti” y en tres pasos subí las escaleras pues mi oficina la habían trasladado al piso superior. Llegué desafallecida, y a mi jefe le dio un ataque de risa cuando le conté lo ocurrido. Esa misma noche, a las nueve en punto recibí la primera llamada de M.J. y ese mismo fin de semana también salimos por primera vez “extraoficialmente”. Sus primeros regalos fueron unas flores y una calcomanía del grupo The Police, del que es fanático y que él mismo se encargó de pegar en la defensa de mi carro. No hizo falta formalizar nada, nos hicimos inseparables sin darnos cuenta, dentro y fuera del trabajo. Aunque ésta apreciación creo que sólo yo la tuve.

Fueron unos meses maravillosos: mi graduación estaba a la vuelta de la esquina, mis padres me habían regalado un viaje a Acaulpo a realizarse después de la fiesta y el hombre al que adoraba estaba a solo unas escaleras de distancia; too good to be true?

El día de mi graduación todo fue casi perfecto, mi familia conoció a M.J., mi amiga P.R. asistió con su novio y mis tres amigos de siempre también me acompañaron. Al terminar, seguimos la fiesta en mi casa, y yo saldría de viaje en unos cuantos días. Precisamente en esos días previos a mis vacaciones, me ví envuelta en un gran problema en el trabajo, la mismísima Lic. Próxima Senadora me mandó llamar a su despacho, me hizo sentar, y casi a gritos me dijo que estaba a punto de cancelar mi servicio social, que ella tenía la capacidad con una llamada a la Rectoría de hacer que no me titulara nunca, pero que primero quería escuchar lo que yo tenía que decir en mi defensa. No sabía de lo que me hablaba y al ver que me quedaba muda, en otro tono me preguntó “tú dijiste tal cosa de la Sra. Fulana de Tal?” refiriéndose a otra funcionaria de la oficina. El chisme al que se refería la Lic. era un comentario que yo había escuchado de mi jefe y que platiqué muy en confianza a mi amiga P.R. No tuve que pensar mucho cuando ella misma me lo confirmó: “P.R. me dice que tú estás esparciendo esa información por toda la oficina” terrible mentira! yo sólo lo había contado a ella como mi amiga que era! No tuve remedio que aceptar los hechos y pedir una disculpa. Sus últimas palabras fueron “Te voy a dar una segunda oportunidad, y no es que se me ablande el corazón, sino que tu buen desempeño y algunas personas me pidieron que no te echara, pero estás bajo vigilancia”.

Durante mi viaje traté de olvidarme del incidente, llamaba cada que podía a mi casa y a M.J. del que me acordaba cada momento. A mi regreso mi amiga P.R. me esperaba con una noticia que me hizo sentir un escalofrío, había terminado con su novio, pero no se le veía muy triste que digamos. Mi jefe también me tenía otra sorpresa que me hizo sentir una vez más el mismo escalofrío: durante mi ausencia había visto juntos a M.J. y P.R. fuera del horario de oficina.

No quise imaginarme nada, y ya por la tarde me presenté sin avisar en el negocio de mi querido M.J. que había estado evitándome en el centro de trabajo. Su socio al verme entrar se puso pálido señalándome dónde se encontraba a quien yo buscaba. Sin apenas alcanzarnos a saludar, casi detrás de mí entró mi amiga P.R. a la que enseguida pregunté qué hacía allí: “lo mismo que tú” me contestó con una sonrisa. M.J. muy nervioso nos dijo que tenía que bajar al sótano para imprimir unos negativos y nos dejó solas. P.R. fue al grano y sin contemplaciones, en tono telenovelero pues al fin y al cabo era muy buena artista, me dijo “en éste tiempo que no estuviste, me dí cuenta que también me gusta M.J. y creo que yo tampoco le soy indiferente”, sin dejarme hablar continuó diciendo “yo te aprecio mucho, se podría decir que te quiero como una hermana, creo que las dos podemos seguir saliendo con M.J. y dejar que sea él quien decida a cuál de las dos prefiere”.

Parecía que mis ojos se saldrían de su órbita, mi corazón latía aceleradamente y empecé a marearme, me quedé callada por unos minutos pensando qué decir pero las palabras no aparecían en mi boca. Al final y muy despacio para no soltar el llanto, sólo le dije “no, yo no compito con nadie por un hombre, ni siquiera si una amistad esta de por medio, lo quieres? es tuyo, te lo regalo”. Me fui enojada conmigo misma, pensando que tal vez ella se sabía vencedora de antemano al proponer semejante tontería, pensando también que tal vez la enamorada sólo había sido yo y que él me habría utilizado para tratar de llegar a ella, hasta llegué a culparme de algo que no sabía ni qué era por lo que él se había fijado en ella; también pensaba en mi edad y la de ellos, por lo menos 4 ó 5 años mayores que yo, lo que se traduce en experiencia y seguridad en si mismos: dos cosas que yo todavía no lograba "manejar" del todo. Pensé tantas cosas durante el trayecto a mi casa, analizando paso por paso que pudo haber pasado. Apenas me encerré en mi cuarto sonó el teléfono, era M.J. preguntándome por qué me fui sin avisar e invitándome al cine y a cenar al cerrar su negocio. No me dí por vencida, y a las seis de la tarde ya estaba yo de nuevo frente a él, no dije nada, no pregunté nada, fuimos al cine y a la hora de decidir a qué lugar ir a cenar me armé de valor y ahí mismo en el coche le conté lo sucedido con P.R. y el comentario de mi jefe.

Bajo la cabeza confirmándome lo que yo me temía, se habían estado viendo durante mis vacaciones “al fin que no había entre nosotros compromiso, ó si?” me preguntó con mucha indiferencia sin imaginarse siquiera lo que yo estaba sintiendo. Muy entera y con todo el orgullo encima le contesté lo que él quería escuchar “no, no había ningún compromiso”. Después de ese día, no volví al piso inferior durante el resto de mi Servicio Social, tampoco volví a hablar con ninguno de los dos, ni ellos lo hicieron. Por otros compañeros supe que se casaron unos meses más tarde, y me imagino que como en los cuentos vivieron felices para siempre, pero de cierto no lo sé bien.

A mis 22 años, y con la experiencia pasada, el dolor se fue más rápido pero no por ello dejó de ser menos intenso. Unos 8 años más tarde, en la inauguración de un centro de espectáculos alguien me miraba con insistencia mientras bailaba, en uno de los descansos de la música mientras esperaba sola en la mesa a mi novio con las bebidas, ese alguien se me acercó pregutándome cosas que yo no entendía ni escuchaba, al mismo tiempo de subirse sus anteojos y atorarlos en su frente (ademán muy característico suyo) voltee enseguida a a ver su mano derecha para comprobar que llevaba de ese lado el reloj (otra de sus manías reaccionarias) y supe que era M.J. No pude decirle nada, pues en ese momento se fué sin esperar respuesta. Esa fue la última vez que le vi, con cara de pocos amigos como en aquel entonces pero ésta vez si me pareció una combinación de malencarado, triste, enojado, pasado de copas, no sabría describirlo con presición.

M.J. me regaló muchas tardes inolvidables hablando sobre música, también alguna que otra lección de tipografía e impresión en algo que me fascinaba desde entonces: las portadas de los cassettes y CDs de grupos musicales. Comentamos un sinfín de películas en el cine y nos destrozamos los nervios muchas veces con el café de VIP’s. Pasamos alagunas tarde en mi casa viendo televisión y comiendo palomitas y nos dimos alguno que otro regalo. Yo fui feliz mientras duró, puse todo de mi parte para tener una relación bella, pero me equivoqué al no darme cuenta que el interés y el sentimiento solo lo sentía yo. Esta vez la enseñanza fue muy clara: no volvería a mostrar interés por alguien, hasta que ese alguien lo demostrara primero. Y así fue, pero ésa es otra historia ...


octubre 31, 2006

Gracias Leo

Hace unos 10 años, y por cuestiones de trabajo, conocí a un muchacho de nombre Leo. Era una persona muy madura para su edad, algunos años menor que yo, pero con un sentido del humor inigualable. Siempre he pensado que los eventos dolorosos que marcan nuestra niñez, nos hacen dar un paso gigantesco en la maduración cognitiva, y Leo no fué la excepción ya que su madre murió siendo todavía muy niño e hijo único.

Nuestra amistad empezó siendo exclusivamente de trabajo a través del teléfono, pero nuestras llamadas se fueron haciendo cada vez más prolongadas y personales. No era de extrañarse pues su amabilidad y cortesía siempre estaban a flor de piel, haciéndolo un hombre muy interesante. Fanático de los Beatles, de la Pepsi Max y de las reuniones de chateros del extinto WBS Mexican Chat, Leo era una persona difícil de olvidar. Padeció toda su vida de Diabetes y de Psoriasis.

De él aprendí infinidad de cosas, entre ellas a hablar y corrigir mi inglés del que hasta entonces yo sólo me había limitado a leer y escribir; fué de él también de quien aprendí a navegar por primera vez por internet, quien me instaló mi primer programa de chat y tal vez también tenga que agradecerle el haber conocido al que ahora es mi marido.

Después de algunos meses comenzamos una relación sentimental, pero sus constantes cambios temperamentales y el no sentirme completamente enamorada de él -tal vez también pasó igual de su parte- hicieron que terminarámos con el intento amoroso. Un tiempo después de digerir esta situación retomamos nuestra amistad, que se volvió más fuerte que nunca. Se portó genial cuando mi, en aquel entonces, novio fué a visitarme a Monterrey ayudándome todavía más a comunicarme en inglés, también le enseñó a mi marido toda una lista de palabrotas en español "para que no te hagan güey con la feria, compadre" le decía. Ya para entonces tenía una novia, muy jovencita por cierto, quien organizó mi primera despedida de soltera en la víspera de mi boda. Lamentablemente ellos no pudieron asistir debido a una más de sus crisis diabéticas.

Nuestra comunicación fué muy fluída en mis primeros años en Suiza, pero fué apagándose lentamente con el paso del tiempo, hasta extinguirse por completo. El año pasado en Agosto, durante el funeral de mi padre, el ex-jefe de Leo fué a dar las condolencias a mi familia y fué allí que me enteré que mi querido amigo había fallecido dos semanas antes. Hoy, no sé por qué razón me acordé mucho él. Será por el clima frío y nublado que contribuye siempre a la nostalgia. Pero al igual que a todas aquellas personas que han dejado huella en mi vida y que ya no están conmigo, lo recuerdo con muchísimo cariño. Te quiero Leoncio, donquiera que estés


octubre 23, 2006

Mr. Jones

Ya que andamos muy musicales, y porque hoy me hicieron recordar muuuuuyyyy buenos tiempos, les dejo éste video que me hizo pasar noches muy, pero muy amenas en lo que era La Fonda de San Andrés (ó será San Miguel?) cuando el Barrio Antigua no era ni la milésima parte de lo que hoy es:



P.D. Hey! Mr. Jones many thanks for reading my lines, and thank you for this song, you sang to me sooooo many times at this place, ten years ago. There's no other spanish words I can teach to you, now you're a whole mexican-gringo, did you finally get tanned? Will you tell someday how did you find me out on the blogosphere? Hugs & Kisses

septiembre 30, 2006

Amor, cosa tan rara (Parte I)

Quién no recuerda su primer amor? Quien diga que no es un mentiroso(a), yo lo recuerdo todavía con mucho cariño.

Mediados de los setenta y mi ídolo musical era el cantante norteamericano Donny Osmond, no me perdía ni uno sólo de sus programas semanales en el canal 6 local (ahora 5 de Televisa) llamado El Show de Donny and Marie Osmond. Compraba revistas gringas de teenagers con sólo ver en la portada alguna de sus fotografías con el dinero que me daban de domingo, era lo único que me alcanzaba aunque me hubirera gustado tener todos sus discos. En fin, yo creo que era su única fan en todo Monterrey.

Pues bien, esto viene a colación porque en la siguiente esquina de mi casa, se econtraba una base de taxis -que todavía no eran ecológicos, ni mucho menos Volkswagen- en la que trabajaban sólo señores que vivían en los alrededores. El taxista más joven de la flota era un muchacho de 17 años, vecino también, de nombre J.E. Estudiaba la preparatoria y en sus ratos libres sus hermanos le prestaban uno de los carros para ayudarse con alguna entrada de dinero. Yo sólo tenía 10 años de edad, y aunque las hormonas todavía no hacían de las suyas, a mi me parecía la versión azteca de mi adorado Donny.

Fué hasta que, cumplidos ya los 16, me empecé a fijar en él con más ... detenimiento. Desde hacía tiempo se había convertido en el chofer oficial de la familia y nos sacaba de apuros siempre que mi papá no podía llevarnos a mi mamá, a mí ó a alguno de mis hermanos. Nos había dado el teléfono de su casa, y si en una ocasión su carro no estaba estacionado en la base de los taxis, con toda confianza se le podía llamar a su casa. Era muy servicial, nunca se negaba a nada y con tanto ir y venir se fué convirtiendo en un amigo común de uno de mis hermanos. Cada semana mi mamá, mis hermanos y yo íbamos al fútbol, y digo cada semana porque unos somos rayados y otros tigres, y quién nos llevaba? pues si J.E. y en lugar de pagarle el viaje, le comprábamos el boleto de entrada.

Por su parte, el susodicho pensaba de mí como una "niña chiflada" a la que se le complacía en todo. No se explicaba el por qué hasta terminada la secundaria, y aunque el colegio estaba en el centro de Monterrey y nosotros vivíamos en el área del TEC, un transporte escolar me recogía en mi casa. "Se puede ir en camión", le escuché decir algunas veces a mi mamá ó mi hermano.

En el segundo año de prepa, ya estaba enamoradísima de J.E., y él ya no me trataba con tanta indiferencia y escepticismo. "Casualmente" visitaba la casa cuando no estaba ni mi hermano, ni nadie de los "mayores" y pasábamos tardes enteras platicando, escuchando música, me ayudaba a limpiar la casa y hasta me enseñó a manejar, prestándome su carro (regalado por uno de sus hermanos para trabajarlo de taxi). Amén de mis mariposas en la panza cada vez que me miraba, las piernas me temblaban con sólo escuchar la puerta de la reja al abrirse, tartamudeaba cuando contestaba a sus comentarios en doble sentido para ponerme nerviosa, el correcaminos me quedaba corto cuando de casualidad llegaba y yo con rulos para hacerme las tan de moda "anchoas" a lo Farrah Fawcett, vaya, el amor en todo su esplendor.

Se convirtió casi en todo un rito al llegar de la prepa (a la que ahora sí iba en camión) , asomarme por la cochera de mi casa, que tenía unos espacios en la pared que daban hacia la base de taxis frente a la que estaba también su casa, para ver si estaba su carro. Mi mamá dejaba la comida hecha, pues ella trabajaba con mi papá en su negocio, yo daba de comer a mi hermano y a mi papá esperando con ansias que regresaran a sus trabajos para quedarme sola. El motivo, fácil de adivinar, J.E. vendría como siempre en el momento en que estuviera lavando los trastes, haciendo alguna tarea ó simplemente sentada en una de las mecedoras de la entrada. Siempre llegaba con algo en las manos para mí: una manzana, un disco, un billete de lotería, un souvenir de los Rayados, unos chicles ó cualquier cosa que para mí eran la gloria en mis manos.

Los sábados, mi mamá se reunía con un grupo de amigas para jugar al Paco (ahora sólo es adicta a las maquinitas) en la colonia Fuentes del Valle a la que yo misma llevaba en al carro de mi hermano. Mi papá, a veces se quedaba en el taller con sus trabajadores celebrando religiosamente el fin de alguna semana dura de trabajo, comprándoles un cartón de Carta Blanca. Ya para entonces todos mis hermanos mayores estaban casados, a excepción de uno que salía con su novia también ese día.

Una noche de viernes, muy tarde por cierto, me despertó el teléfono. Adivinen quién era? ... Siii era J.E., un poco "alegre" pues llegaba de una fiesta, con una voz más sensual y varonil que John Corbett -que ya es mucho decir- preguntándome "qué haces?". Yo estaba totalmente shockeada, no sé si por el temor de que mis papas se dieran cuenta que estaba en el teléfono a esas horas, porque ya estaba en el quinto sueño ó porque simplemente alucinaba que una llamada a esas horas y con el tono con que me hablaba, era un paso gigantesco e increíble en nuestra "amistad". Lo mejor estaría por venir al decirme que estaba muy confundido, que no sabía lo que le pasaba pues todo el día estaba pensando en mí, que en su trabajo siempre estaba distraído y cometía muchos errores pensando en lo que yo estaría haciendo y que al salir sólo pensaba en ir a su casa para poder ir a verme. Pero, a que se debía su confusión? Dos cosas muy importantes: yo tenía sólo 17 años (él 23) y él una relación de 5 años con una novia que también vivía en los alrededores a la que mi madre conocía.

Por increíble que parezca yo nunca había tenido novio, y con mis pocos años e inexperiencia me parecían cosas de las que no había por qué preocuparse. Nos pusimos de acuerdo de vernos al día siguiente, después de que yo llevara a mi mamá a su reunión semanal, en el estacionamiento de un Oxxo estratégicamente situado donde no fuéramos muy conocidos. Así lo hicimos y fué ahí, un 17 de marzo donde recibí mi primer beso. Sin exagerar vi estrellitas, cohetes y escuché campanitas, exactamente igual que en my wildest dream!

Los siguientes cinco meses fueron exactamento eso, un sueño que me pareció eterno. Era emocionante tomarnos de la mano a escondidas en el carro, cuando mi mamá iba en el asiento de atrás (los carros antiguos no tenían separados en dos, los asientos delanteros). Salir de la prepa y verlo sorpresivamente en el estacionamiento esperándome para llevarme a casa, no tenía precio. En una ocasión se le hizo tarde, me vió subir en el camión y lo siguió, en pleno Juárez pasando Padre Mier le atravesó el carro al chofer y me decía "bájate, ven yo te llevo" toda la gente del camión bien enojada me empezó a gritar "ya bájate, bájate, si no, lo agarramos a ch*#%&/!zos", y me bajé llena de vergüenza y emocionadísima. Además era la envidia de mis amigas, porque salía con un muchacho mayor, no uno de nuestros compañeros de la escuela. Que cuándo veía a la novia? pues a lo mucho la llevaba del trabajo a su casa, porque pasaba casi todo el tiempo conmigo. Yo no sentía mucho sus ausencias, porque cuando no lo veía, salía con mis amigos al patinadero, al cine, a cenar. Tenía siempre algo que hacer, la agenda llena ja!, mis amigos no me dejaban tiempo para extrañarlo porque además me pasaba todo el tiempo hablando de él.

En el mes de junio de ese año, sería mi graduación de la prepa (La No. 1, que se llamaba Colegio Civil, en frente del Cine Juárez). Hicimos un plan para que fuera mi acompañante sin tener que hacerlo a escondidas de mis padres. Les dije que me acompañaría uno de mis amigos, pero justo dos días antes de la fiesta le dije a mi mamá que mi amigo no podría ir y yo sola no me iba a presentar en el baile. La pobre de mi madre cayó redondita, y fué precisamente ella quien le pidió a J.E. que fuera conmigo; él ya hasta se había comprado un traje para la ocasión.

Fué una noche inolvidable en el Club de Leones de Cumbres, me sentí soñada con mi vestido y con mi acompañante. El pelo en la sopa fué darme cuenta, en un momento de la noche cuando el alzó su brazo para tomar su bebida, que en la parte baja de la manga del saco, colgaba LA ETIQUETA!!! con el precio del traje!!! Después nos reímos juntos del desliz. Esa fué la primera vez que llegué de madrugada a mi casa, y lo mejor de todo es que no tenía de qué preocuparme pues tenía permiso por ser un evento tan especial. En el baile solo duramos apenas unas dos horas, nos salimos y fuimos a cenar a un restaurante muy elegante. Luego fuimos al Obispado donde hablamos ya en un tono más serio, del rumbo que estaban tomando las cosas. Me prometió que hablaría con su novia para terminar y que después haría lo mismo con mis padres para no tener que estar haciendo todo a escondidas y mintiendo. Para mí, no hacía falta que lo hiciera, con el sólo hecho de prometerlo me dí cuenta que sentía lo mismo que yo. Me dijo lo feliz que se sentía conmigo y que si mi familia lo aceptaba tal vez nos casaríamos pronto; ya no quería un noviazgo largo y tal vez sólo tendríamos que esperar a que yo cumpliera 18 años para casarnos. Seguía soñando, el maravilloso sueño de compartir para siempre mi vida con el que era mi primer amor, para qué quería más si él era todo para mí?

Como dije antes, mi inocencia me hizo pensar que todo estaba solucionado. Después de ese día, nunca volví a tocar el tema de la novia por no presionarlo, pensando que eso llevaba tiempo y que cuando ocurriera él mismo me lo diría. Dos meses más tarde, me pidió un sábado completo para él, pues tenía algo importante qué decirme. Creyendo adivinar de lo que se trataba, me las arreglé para salir de mi casa argumentando una reunión con los que ya eran mis ex-compañeros, a los que también puse de acuerdo para seguir mi mentira.

Me puse un vestido nuevo, regalo de cumpleaños de mi padre, muy coqueto arriba de la rodilla pues apenas volvía la moda de la minifalda. Fuimos al cine, por aquellos años eran nuevos Los Gemelos Anáhuac (como siempre lo más lejos posible de nuestros terrenos) y vimos la película "Cuernos a la moda" -profético título- con Warren Beatty. Después fuimos a cenar a un restaurante con música en vivo ahí mismo en San Nicolás, en el que me di cuena que estaba un poco nervioso y tenso. Le pregunté si no le había gustado la película y sólo alcanzó a decir que tal vez estaría un poco cansado.

En el regreso a mi casa, se detuvo en el parque de la Prepa 15 y en tono muy serio me dijo que esa era la última vez que nos íbamos a ver. No tuve tiempo de preguntar el motivo, pues rápido empezó a contarme lo que sucedió cuando le planteó a su novia terminar su relación: por respuesta obtuvo un "estoy embarazada". No me sorprendió el hecho del embarazo en sí, yo estaba enterada que ellos tenían sexo desde el principio, muchas veces me pidió hacer lo mismo pero en todas ellas me negué. Mi educación católica y el temor a darles un dolor de cabeza a mis padres siempre fueron más fuertes que mis hormonas. El caso es que sufrí la primera y más grande desilusión en mis pocos años, y creo que no fuí la única. El también sufrió lo suyo, unos años después supe por mi hermano, que ya en otras tres ocasiones había pasado y que ella había interrumpido sus embarazos voluntariamente. Pero ésta vez era diferente, ella no estaba dispuesta a hacerlo de nuevo, mucho menos sabiendo que él quería terminar.


No fué ésta la última vez que nos vimos, ellos se casaron el 28 de noviembre de ese mismo año y a los dos meses de casados fué a buscarme a la facultad. Yo sufría mucho porque estaba muy enamorada todavía y la idea de ya era un hombre casado me atormentaba sobremanera; aceptaba sus visitas a la escuela, pero de ahí no pasó. Cuando se dió cuenta que yo no estaba dispuesta a volver de ninguna forma, dejó de insistir. Hoy ese hijo tiene 24 años, y además tiene otro de 21 ó 22, no estoy segura.

Tardé años en olvidarlo, tampoco se me daba la gana olvidar una historia tan bonita como la nuestra, me dediqué a estudiar, a conocer otra gente, a aprender los entresijos del comportamiento humano. Hasta que llegó otra persona que me hizo sentir con la misma intensidad el amor, pero ésa, es otra historia ...