El precio de la tolerancia

Hace rato que dejé de ser intransigente, porque vaya que si lo fuí, me di cuenta (según yo) que el respeto al pensamiento de los demás es la única forma de tratar que se nos respete y se nos escuche. Pero a veces no es tan sencillo, sobre todo cuando uno se topa con gente a la que alguien o algo le han hecho creer que posee la verdad absoluta, y que en su calidad de sabelotodo tiene el derecho para señalar qué es lo correcto e incorrecto del resto de los simples mortales. Antes de que se me acuse de cantinflear, explicaré el por qué de mi reflexión de hoy, como siempre en el tema de los hijos que es lo últimamente me ha traído de un ala.

Entre mis pocas amigas se encuentra una a la que me une un comadrazgo, a la que quiero con locura y que es, aparte de una excelente amiga, lo más parecido a una hermana. El caso es que por una situación desagradable entre sus hijos y el mío, decidí evitar por un tiempo volver a reunir a los chiquillos, de una forma muy sutil, con la intención de que éste incidente no afectara nuestra relación. "Cosas de niños", pensé yo y me quedé callada. Volvió a suceder ésta semana otra situación similar a la anterior, prueba de que las criaturas ya no tienen nada en común como antes y una vez más minimicé las cosas.

Hoy mi querida amiga mi invitó con mucha insistencia para vernos, hablamos un rato sobre un problema de escuela de mi hijo y ahí saqué a relucir el tema de los suyos. Eso bastó para que me diera toda una cátedra de educación infantil entre frases como "estás mal", "deberías de educarlos, en lugar de ...", "estás equivocada", etc. No hubo discusión alguna, siempre nos hemos hablado con la verdad y he sido yo la que me he callado cosas pensando que "mi verdad" o "mi punto de vista" podría herirla de alguna forma; sin embargo, me quedó un mal sabor de boca. Y no es porque piense que la que está mal es ella, o que mi hijo sea un ángel, simplemente porque en cuestión de líneas de educación no hay correctas o equivocadas sino diferentes; siempre y cuando estén dirigidas al bienestar de ellos y su buena formación.

Me pidió que cambiara mi actitud en cuanto a la relación de sus hijos con el mío, incluso me dió "tareas" para conseguirlo, aún cuando mi opinión es que los que necesitarían un correctivo son los de ella. Pero jamás me atrevería a sugerírselo debido al respeto que tengo de su forma de pensar y de su persona, ¿quién soy yo para educar a una madre que no piensa como yo?. Tampoco me dijo si ella misma ha hecho algo con ellos, hasta donde entendí parece que la del problema soy yo pero ¿quién me lo puede asegurar?. La plática quedó inconclusa por cuestiones técnicas y de tiempo, todavía no estoy segura de querer terminarla porque ¿cómo se puede hablar con alguien que siempre tiene la razón, sin salir lastimado? Lo consultaré con la almohada.

Todavía creo que la tolerancia y el respeto son el elemento indispensable para que toda relación de amistad funcione como debiera, pero ... ah que trabajo cuesta! Como decía mi abuela "entre más te agachas, más se te ve".

Saludos desde mi "depre mood".