noviembre 11, 2006

Amor, cosa tan rara (Parte II)

Habían pasado más de cuatro años desde mi primera desilusión, y me encontraba en el último año de universidad. De acuerdo con mis amigas, decidimos dejar para el último semestre la realización del Servicio Social tratando de encontrar una institución en la que hubiera vacantes suficientes para las tres y no separarnos en ésta etapa final de la carrera . Así, llegamos a una institución gubernamental, en aquel tiempo dirigida por una importante mujer de la política norteña que años después se convertiría en la primera senadora neolonesa priísta.

Por cosas del destino, nos colocaron a mis amigas y a mí en diferentes departamentos que de alguna forma estaban relacionados entre sí, pero casi no teníamos contacto. Ahí mismo había un departamento de apoyo para el resto de ellos, encabezado por un licenciado joven de apariencia seria y adusta al que en un principio tuve mucho miedo, de nombre M.J.. Me limitaba a saludarlo al pasar frente a su puerta, siempre abierta de par en par, pues quedaba camino de mi oficina y nada más. En otro de los departamentos había una joven muy agradable: P.R. también egresada de Facultad de Ciencias de Comunicación al igual que M.J. (pero entre ellos no existía trato de ningún tipo, sobre todo porque a ella le caía muy mal), ella si pertenecía a la plantilla de empleados. Desde el principio nos caímos bien, y cada que se podía nos reuniamos para platicar. Me encantaban sus historias de “farándula” y sus canciones pues fue la ganadora de un concurso de interpretación musical a nivel universitario y era muy conocida en el medio. Nuestra amistad traspasó las paredes de la oficina, mi familia y la suya nos conociern a ambas aunque nuestro contacto no era muy frecuente en los fines de semana porque ella salía con su novio. A estas alturas del partido, mis otras dos amigas ya eran “harina de otro costal”.

Un lunes me intigró ver vacía la oficina de M.J. e inmediatamente le pregunté a mi jefe por el susodicho, pero nadie sabía nada. Dos días después estaba de nuevo allí, tocándose el bigote como de costumbre con la única mano posible: la otra la tenía enyesada desde el hombro hasta la muñeca y usaba un cabestrillo enorme. Mujer al fin, ésta vez me detuve en la puerta para preguntarle que había pasado y ofrecerle mi ayuda desinteresada. En dos frases me contó sobre un accidente ocurrido durante el fin de semana en el que su auto quedó completamente destrozado, me agradeció la pregunta y el ofrecimiento. Ese fue el día D, y a partir de ahí no me lo pude quitar de la cabeza, hasta mis jefes me hacían burla porque decían que por lo serio que se veía no tenía nada en común conmigo, y no se explicaban cómo era posible que me gustara un hombre tan introvertido. Le comenté también a mi amiga P.R. mi interés por M.J. y simplemente se rió en mi cara, diciéndome que seguramente tendría que ver de nuevo al oftalmólogo, que nadie en su sano juicio se fijaría en ese hombre con cara de pocos amigos. Ya para entonces P.R. me había presentado a su novio, muy guapo por cierto, con el que según ella muy pronto se casaría.

Yo no sabía de qué me hablaban ni de qué se reían mis compañeros, para mí M.J. era un sol: su cabello negro y lacio brillaba como ninguno, su boca era perfecta las pocas veces que sonreía y dejaba asomar sus fuertes y bien formados dientes bajo ese enorme mostacho que me volvía loca y lo mejor de todo es que era más alto que yo! Para mí su único defecto era ser un poco mayor, solo unos cuantos años pero a quién le importaba? bah! era lo de menos.

El semestre estaba a punto de terminar, no así mis 480 horas obligatorias, las clases eran tan pocas que yo pasaba la mayor parte del tiempo en el S.S. tratando de hacer más horas para terminarlo en el menor tiempo posible. La realidad era que deseaba estar el mayor tiempo posible al lado de M.J, pues había días en los que no checaba la tarjeta que contabilizaba mi tiempo en la oficina. Con un poco suerte y mucho empeño todo se fue acomodando, yo era la única de las pasantes con licencia de manejo y M.J. no podía conducir, así que me convertí prácticamente en su chofer, también era la única que manejaba el Leroy (rotulador manual de planos arquitectónicos) con el que se trabajaba mucho en su departamento a la hora de entregar constancias de cursos y diplomas. El mismo M.J. se encarcaba de hablar con mi jefe para llevarme “prestada” a los eventos como auxiliar “in situ”, esto hizo que pasáramos cada vez más tiempo juntos y el trato fue haciéndose menos “oficial”. La jornada de trabajo para todos terminaba a las tres de la tarde, al fin dependencia gubernamental, y M.J. tenía un negocio paralelo a su trabajo, al que dedicaba todas las tardes muy cerca de ahí, en el mero corazón del centro de Monterrey. Esto lo supe hasta una tarde ociosa en la que busqué su número telefónico en el directorio y sin pensarlo le llamé. Me contestó su padre y fue él quien me dijo dónde se encontraba mi adorado tormento, agradecí la información pero muy apenada no dejé mi nombre. Era la primera vez que me atrevía a hacer algo así, tomar la iniciativa en algo, con el riesgo de ser rechazada era uno de mis mayores temores.

Muy segura de mi misma, pensando que de mi travesura ni cuenta se daría, llegué al día siguiente a la oficina y fue él quien estaba esperándome en la recepción. Sin decir agua va, me soltó un “por qué no dejaste ayer tu número de teléfono?”. Me quedé paralizada al verme sorprendida, hubiera querido salir corriendo sin regresar nunca, y lo único que atiné a decir fue “tú no me diste el tuyo y lo encontré, ahora te toca a ti” y en tres pasos subí las escaleras pues mi oficina la habían trasladado al piso superior. Llegué desafallecida, y a mi jefe le dio un ataque de risa cuando le conté lo ocurrido. Esa misma noche, a las nueve en punto recibí la primera llamada de M.J. y ese mismo fin de semana también salimos por primera vez “extraoficialmente”. Sus primeros regalos fueron unas flores y una calcomanía del grupo The Police, del que es fanático y que él mismo se encargó de pegar en la defensa de mi carro. No hizo falta formalizar nada, nos hicimos inseparables sin darnos cuenta, dentro y fuera del trabajo. Aunque ésta apreciación creo que sólo yo la tuve.

Fueron unos meses maravillosos: mi graduación estaba a la vuelta de la esquina, mis padres me habían regalado un viaje a Acaulpo a realizarse después de la fiesta y el hombre al que adoraba estaba a solo unas escaleras de distancia; too good to be true?

El día de mi graduación todo fue casi perfecto, mi familia conoció a M.J., mi amiga P.R. asistió con su novio y mis tres amigos de siempre también me acompañaron. Al terminar, seguimos la fiesta en mi casa, y yo saldría de viaje en unos cuantos días. Precisamente en esos días previos a mis vacaciones, me ví envuelta en un gran problema en el trabajo, la mismísima Lic. Próxima Senadora me mandó llamar a su despacho, me hizo sentar, y casi a gritos me dijo que estaba a punto de cancelar mi servicio social, que ella tenía la capacidad con una llamada a la Rectoría de hacer que no me titulara nunca, pero que primero quería escuchar lo que yo tenía que decir en mi defensa. No sabía de lo que me hablaba y al ver que me quedaba muda, en otro tono me preguntó “tú dijiste tal cosa de la Sra. Fulana de Tal?” refiriéndose a otra funcionaria de la oficina. El chisme al que se refería la Lic. era un comentario que yo había escuchado de mi jefe y que platiqué muy en confianza a mi amiga P.R. No tuve que pensar mucho cuando ella misma me lo confirmó: “P.R. me dice que tú estás esparciendo esa información por toda la oficina” terrible mentira! yo sólo lo había contado a ella como mi amiga que era! No tuve remedio que aceptar los hechos y pedir una disculpa. Sus últimas palabras fueron “Te voy a dar una segunda oportunidad, y no es que se me ablande el corazón, sino que tu buen desempeño y algunas personas me pidieron que no te echara, pero estás bajo vigilancia”.

Durante mi viaje traté de olvidarme del incidente, llamaba cada que podía a mi casa y a M.J. del que me acordaba cada momento. A mi regreso mi amiga P.R. me esperaba con una noticia que me hizo sentir un escalofrío, había terminado con su novio, pero no se le veía muy triste que digamos. Mi jefe también me tenía otra sorpresa que me hizo sentir una vez más el mismo escalofrío: durante mi ausencia había visto juntos a M.J. y P.R. fuera del horario de oficina.

No quise imaginarme nada, y ya por la tarde me presenté sin avisar en el negocio de mi querido M.J. que había estado evitándome en el centro de trabajo. Su socio al verme entrar se puso pálido señalándome dónde se encontraba a quien yo buscaba. Sin apenas alcanzarnos a saludar, casi detrás de mí entró mi amiga P.R. a la que enseguida pregunté qué hacía allí: “lo mismo que tú” me contestó con una sonrisa. M.J. muy nervioso nos dijo que tenía que bajar al sótano para imprimir unos negativos y nos dejó solas. P.R. fue al grano y sin contemplaciones, en tono telenovelero pues al fin y al cabo era muy buena artista, me dijo “en éste tiempo que no estuviste, me dí cuenta que también me gusta M.J. y creo que yo tampoco le soy indiferente”, sin dejarme hablar continuó diciendo “yo te aprecio mucho, se podría decir que te quiero como una hermana, creo que las dos podemos seguir saliendo con M.J. y dejar que sea él quien decida a cuál de las dos prefiere”.

Parecía que mis ojos se saldrían de su órbita, mi corazón latía aceleradamente y empecé a marearme, me quedé callada por unos minutos pensando qué decir pero las palabras no aparecían en mi boca. Al final y muy despacio para no soltar el llanto, sólo le dije “no, yo no compito con nadie por un hombre, ni siquiera si una amistad esta de por medio, lo quieres? es tuyo, te lo regalo”. Me fui enojada conmigo misma, pensando que tal vez ella se sabía vencedora de antemano al proponer semejante tontería, pensando también que tal vez la enamorada sólo había sido yo y que él me habría utilizado para tratar de llegar a ella, hasta llegué a culparme de algo que no sabía ni qué era por lo que él se había fijado en ella; también pensaba en mi edad y la de ellos, por lo menos 4 ó 5 años mayores que yo, lo que se traduce en experiencia y seguridad en si mismos: dos cosas que yo todavía no lograba "manejar" del todo. Pensé tantas cosas durante el trayecto a mi casa, analizando paso por paso que pudo haber pasado. Apenas me encerré en mi cuarto sonó el teléfono, era M.J. preguntándome por qué me fui sin avisar e invitándome al cine y a cenar al cerrar su negocio. No me dí por vencida, y a las seis de la tarde ya estaba yo de nuevo frente a él, no dije nada, no pregunté nada, fuimos al cine y a la hora de decidir a qué lugar ir a cenar me armé de valor y ahí mismo en el coche le conté lo sucedido con P.R. y el comentario de mi jefe.

Bajo la cabeza confirmándome lo que yo me temía, se habían estado viendo durante mis vacaciones “al fin que no había entre nosotros compromiso, ó si?” me preguntó con mucha indiferencia sin imaginarse siquiera lo que yo estaba sintiendo. Muy entera y con todo el orgullo encima le contesté lo que él quería escuchar “no, no había ningún compromiso”. Después de ese día, no volví al piso inferior durante el resto de mi Servicio Social, tampoco volví a hablar con ninguno de los dos, ni ellos lo hicieron. Por otros compañeros supe que se casaron unos meses más tarde, y me imagino que como en los cuentos vivieron felices para siempre, pero de cierto no lo sé bien.

A mis 22 años, y con la experiencia pasada, el dolor se fue más rápido pero no por ello dejó de ser menos intenso. Unos 8 años más tarde, en la inauguración de un centro de espectáculos alguien me miraba con insistencia mientras bailaba, en uno de los descansos de la música mientras esperaba sola en la mesa a mi novio con las bebidas, ese alguien se me acercó pregutándome cosas que yo no entendía ni escuchaba, al mismo tiempo de subirse sus anteojos y atorarlos en su frente (ademán muy característico suyo) voltee enseguida a a ver su mano derecha para comprobar que llevaba de ese lado el reloj (otra de sus manías reaccionarias) y supe que era M.J. No pude decirle nada, pues en ese momento se fué sin esperar respuesta. Esa fue la última vez que le vi, con cara de pocos amigos como en aquel entonces pero ésta vez si me pareció una combinación de malencarado, triste, enojado, pasado de copas, no sabría describirlo con presición.

M.J. me regaló muchas tardes inolvidables hablando sobre música, también alguna que otra lección de tipografía e impresión en algo que me fascinaba desde entonces: las portadas de los cassettes y CDs de grupos musicales. Comentamos un sinfín de películas en el cine y nos destrozamos los nervios muchas veces con el café de VIP’s. Pasamos alagunas tarde en mi casa viendo televisión y comiendo palomitas y nos dimos alguno que otro regalo. Yo fui feliz mientras duró, puse todo de mi parte para tener una relación bella, pero me equivoqué al no darme cuenta que el interés y el sentimiento solo lo sentía yo. Esta vez la enseñanza fue muy clara: no volvería a mostrar interés por alguien, hasta que ese alguien lo demostrara primero. Y así fue, pero ésa es otra historia ...


2 comentarios:

The_Saint_Mty dijo...

De las experiencias que te va dejando la vida...Saludos Kerubina!

Anónimo dijo...

Buen articulo!
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