Zara dejó de ser mi bebé en diciembre pasado cuando la Inge nos trajo a Timmy, aunque limpiar pipí y popó del piso no es tan sexy, como tampoco lo es recibir lengüetazos en la cara de un diminuto especímen canino. Pero ah! como lo encariñan a uno esas 'contrariedades' con las mascotas. Si, muy a mi pesar, tengo que reconocer que Timmy es mi tercer bebé.
El can, como los niños, también tiene su carácter. Su 'art' como dicen los suizos, su forma de ser, pues! Si describiera su 'art' con una palabra, esa sería: chiflado (mimado, consentido). Pero me vine a dar cuenta ahora, cuatro meses después, luego de dejarle hacer su santa voluntad y quererlo con locura, incluída su respectiva dosis exagerada de cariñitos por parte de todos los miembros de la familia.
Todo comenzó aquella ocasión en que, como buen suizo que cumple con sus cánones culturales, mi marido sugirió que deberíamos llevarle a la clínica veterinaria para que le hicieran su primer chequeo y darle de alta con su 'médico familiar'. Ja ja ja ja, les juro que escribo ésto y estoy atacada de risa.
El muy canijo -nunca mejor dicho- mordió la mano de la doctora en aquella primera visita; tuvieron que ponerle un microscópico bozal, para asegurar la integridad física de los empleados que atenderían a esa nano-bestia. Que oso! Más bien, qué chihuahua! Todo salió muy sexy y nos mandaron a casa hasta con su PASAPORTE SUIZO!!! Habráse visto.
En la segunda ocasión, me encontraba viendo mi telenovela favorita (HQEDNS) con mi bebecito a un lado, cuando de pronto comenzó a hacer ruidos raros -tipo Lynda Blair en El Exorcista- mientras encogía y estiraba su cuerpecito cual acordeón de Celso Piña. Más tardé en voltear para ver qué le pasaba, cuando comenzó a vomitar... encima de la cama!!! Luego de bajarlo como de rayo, se tiró en el suelo y comenzó a llorar como si lo estuvieran matando.
Pensé que sin darnos cuenta se había comido un alien o se la habría roto alguna tubería interna, me asusté mucho. Enseguida lo cargué y me fuí echa la cochinilla a la clínica. Le tomaron radiografías, le palparon su pancita, trató de morder de nuevo a la doctora y le tuvieron que volver a poner el bozal. Los resultados furon nulos, no encontraron nada raro y hasta creo que las mujeres ni me creyeron el escándalazo que les conté, había armado en casa. Ahora fuí yo la que salió con la cola entre las patas de la clínica, llena de vergüenza por mi exageración; solo le recetaron analgésicos y de ahí no pasó.
Hace unos días, el lunes para se exacta y mientras limpiaba la cocina, se me ocurrió sacarlo al jardín sin su cadena -algo que nunca hacemos por el temor a que salga disparado y se nos pierda. Muy modosito se puso a jugar con Zara, nada de escaparse a los jardines vecinos, se veian los dos tan tiernos jugando... que dejé los trastes a un lado y me senté a verlos.
Estaba tan emocionada de ver jugar por vez primera a mi Timmy sin irse, que me paré para unirme al dueto. En un momento dado, no se de dónde me salió la loca idea de subirlo al resbaladero, para enseñarle a deslizarse. Había visto yo tantos de esos videos chuscos de perros que hacen las mil y una gracias, que ya se me hacía verlo convertido en un Dog Star de las televisoras europeas. De esos lapsus estúpidus que una tiene, me imagino.
No lo subí hasta mero arribotota, lo puse a la mitad y el chucho respondió como un héroe. Se deslizó muy bien hasta el final, donde dió tremendo salto cayendo muy bien paradito y moviendo tanto la cola que por un momento pensé que se elevaría cual helicóptero de Sampayo. Inmediatamente corrió saltando hacia mí y se paro en mis piernas sin dejar de mover la cola, lo que yo interpreté como que quería repetir. Lo volví a cargar, lo puse en la misma posición, se resbaló, pero... en ésta ocasión no corrió con la misma suerte.
Saltó antes del final del resbaladero y al caer, una de sus patitas delanteras pego en la orilla, doblándole la parte de los deditos completamente. No necesito describir los alaridos que lanzó mi pobre perrito, lloraba sin parar y la manita le colgaba inerte. Inmediatamente recordé las palabras de una amiga que tiene una perrita de raza parecida, que me recomendaba tener cuidado porque sus delgadas extremidades son sumamente delicadas.
Me sentía terriblemente culpable, además de muy nerviosa porque tendría que explicar en la clínica la razón de su accidente y no saldría bien librada de la opinión de la doctora. Como pude, y con la ayuda de Zara (la pobre terminó subiéndome el pantalón a como pudo y cerrándome el zipper), me cambié de ropa y lo llevamos las dos.
Manejé todo el camino con Timmy en mi brazo izquierdo, su cabecita la llevaba recargada en mi cuello y no paró de llorar durante el trayecto. Le pedí mil veces perdón, por tener un mamá tan zonza y traté de llegar lo más rápido posible.
Una vez en el consultorio, me preguntó la doctora por qué decía yo que tenía la pata quebrada, le contesté que no podía sostenerse y que lloró mucho. Timmy seguía en mis brazos, pero mas tranquilo, por lo menos ya no lloraba como en el coche. Me indicó dejarlo en la mesa de auscultación, con mucho cuidado lo fuí bajando hasta que... el móndrigo perro del demonio se paró muy fresco en las cuatro patas!!!!!
La mujer le agarró la pata, se la jaló para adelante, para atrás, para un lado y para otro... el perró ni guagu dijo!!! Ella sonrió con cara de 'ah!queviejatanburra' y de todas formas se lo llevó a hacerle unas radiografías. Volvió muy sonriente con el inche perro en los brazos para decirme que no tenía nada, solo una inflamación en el dorso y que le pondrían un vendaje para que bajara más rápido el esguince que solo tenía.
Otra vez se me cayó la cara de vegüenza, otra vez me porté como madre primeriza: asustona y exagerada. Inche Timmy, pero no me la vuelve a hacer! no me volverá a convencer con sus lágrimas de cocodrilo. He dicho.
Auf Wiedersehen, guau!
El can, como los niños, también tiene su carácter. Su 'art' como dicen los suizos, su forma de ser, pues! Si describiera su 'art' con una palabra, esa sería: chiflado (mimado, consentido). Pero me vine a dar cuenta ahora, cuatro meses después, luego de dejarle hacer su santa voluntad y quererlo con locura, incluída su respectiva dosis exagerada de cariñitos por parte de todos los miembros de la familia.
Todo comenzó aquella ocasión en que, como buen suizo que cumple con sus cánones culturales, mi marido sugirió que deberíamos llevarle a la clínica veterinaria para que le hicieran su primer chequeo y darle de alta con su 'médico familiar'. Ja ja ja ja, les juro que escribo ésto y estoy atacada de risa.
El muy canijo -nunca mejor dicho- mordió la mano de la doctora en aquella primera visita; tuvieron que ponerle un microscópico bozal, para asegurar la integridad física de los empleados que atenderían a esa nano-bestia. Que oso! Más bien, qué chihuahua! Todo salió muy sexy y nos mandaron a casa hasta con su PASAPORTE SUIZO!!! Habráse visto.
En la segunda ocasión, me encontraba viendo mi telenovela favorita (HQEDNS) con mi bebecito a un lado, cuando de pronto comenzó a hacer ruidos raros -tipo Lynda Blair en El Exorcista- mientras encogía y estiraba su cuerpecito cual acordeón de Celso Piña. Más tardé en voltear para ver qué le pasaba, cuando comenzó a vomitar... encima de la cama!!! Luego de bajarlo como de rayo, se tiró en el suelo y comenzó a llorar como si lo estuvieran matando.
Pensé que sin darnos cuenta se había comido un alien o se la habría roto alguna tubería interna, me asusté mucho. Enseguida lo cargué y me fuí echa la cochinilla a la clínica. Le tomaron radiografías, le palparon su pancita, trató de morder de nuevo a la doctora y le tuvieron que volver a poner el bozal. Los resultados furon nulos, no encontraron nada raro y hasta creo que las mujeres ni me creyeron el escándalazo que les conté, había armado en casa. Ahora fuí yo la que salió con la cola entre las patas de la clínica, llena de vergüenza por mi exageración; solo le recetaron analgésicos y de ahí no pasó.
Hace unos días, el lunes para se exacta y mientras limpiaba la cocina, se me ocurrió sacarlo al jardín sin su cadena -algo que nunca hacemos por el temor a que salga disparado y se nos pierda. Muy modosito se puso a jugar con Zara, nada de escaparse a los jardines vecinos, se veian los dos tan tiernos jugando... que dejé los trastes a un lado y me senté a verlos.
Estaba tan emocionada de ver jugar por vez primera a mi Timmy sin irse, que me paré para unirme al dueto. En un momento dado, no se de dónde me salió la loca idea de subirlo al resbaladero, para enseñarle a deslizarse. Había visto yo tantos de esos videos chuscos de perros que hacen las mil y una gracias, que ya se me hacía verlo convertido en un Dog Star de las televisoras europeas. De esos lapsus estúpidus que una tiene, me imagino.
No lo subí hasta mero arribotota, lo puse a la mitad y el chucho respondió como un héroe. Se deslizó muy bien hasta el final, donde dió tremendo salto cayendo muy bien paradito y moviendo tanto la cola que por un momento pensé que se elevaría cual helicóptero de Sampayo. Inmediatamente corrió saltando hacia mí y se paro en mis piernas sin dejar de mover la cola, lo que yo interpreté como que quería repetir. Lo volví a cargar, lo puse en la misma posición, se resbaló, pero... en ésta ocasión no corrió con la misma suerte.
Saltó antes del final del resbaladero y al caer, una de sus patitas delanteras pego en la orilla, doblándole la parte de los deditos completamente. No necesito describir los alaridos que lanzó mi pobre perrito, lloraba sin parar y la manita le colgaba inerte. Inmediatamente recordé las palabras de una amiga que tiene una perrita de raza parecida, que me recomendaba tener cuidado porque sus delgadas extremidades son sumamente delicadas.
Me sentía terriblemente culpable, además de muy nerviosa porque tendría que explicar en la clínica la razón de su accidente y no saldría bien librada de la opinión de la doctora. Como pude, y con la ayuda de Zara (la pobre terminó subiéndome el pantalón a como pudo y cerrándome el zipper), me cambié de ropa y lo llevamos las dos.
Manejé todo el camino con Timmy en mi brazo izquierdo, su cabecita la llevaba recargada en mi cuello y no paró de llorar durante el trayecto. Le pedí mil veces perdón, por tener un mamá tan zonza y traté de llegar lo más rápido posible.
Una vez en el consultorio, me preguntó la doctora por qué decía yo que tenía la pata quebrada, le contesté que no podía sostenerse y que lloró mucho. Timmy seguía en mis brazos, pero mas tranquilo, por lo menos ya no lloraba como en el coche. Me indicó dejarlo en la mesa de auscultación, con mucho cuidado lo fuí bajando hasta que... el móndrigo perro del demonio se paró muy fresco en las cuatro patas!!!!!
La mujer le agarró la pata, se la jaló para adelante, para atrás, para un lado y para otro... el perró ni guagu dijo!!! Ella sonrió con cara de 'ah!queviejatanburra' y de todas formas se lo llevó a hacerle unas radiografías. Volvió muy sonriente con el inche perro en los brazos para decirme que no tenía nada, solo una inflamación en el dorso y que le pondrían un vendaje para que bajara más rápido el esguince que solo tenía.
Otra vez se me cayó la cara de vegüenza, otra vez me porté como madre primeriza: asustona y exagerada. Inche Timmy, pero no me la vuelve a hacer! no me volverá a convencer con sus lágrimas de cocodrilo. He dicho.
Auf Wiedersehen, guau!