septiembre 19, 2009

Soledades


Hasta cumplidos los diez años de edad, siempre estuve al cuidado de señoras que ayudaban a mi madre en casa porque ella y mi padre atendían el negocio familiar, y mis hermanos mayores trabajaban o estudiaban. No recuerdo bien quien fué la última 'muchacha' que tuvimos, pero lo que no escapa a mi memoria es que en aquellos tiempos uno de mis hermanos renunció a su trabajo y estuvo por seis meses desempleado. Así que él tomó la responsabilidad entera de la casa... y de mi.

Luego de esos meses por fin encontró un empleo y llegó su primer día de trabajo, para mi fué una tragedia escuchar una plática familiar en la que mis padres decidieron no contratar a nadie más para mi cuidado porque 'ya tiene edad de quedarse sola en casa'. Ese fin de semana no pude dormir bien, tenía miedo a lo desconocido y deseaba que el lunes siguiente no llegara nunca.

Ese día fuí al colegio como siempre, en mi mochila cargaba mi primera llave de la casa y en el trayecto del transporte escolar que me devolvería a mi hogar, me pareció un abrir y cerrar de ojos. Lloré en soledad toda la tarde, me sentía desamparada y abandonada, con todo y las mil llamadas por teléfono de mi madre para comprobar que todo estuviera bien.

Fueron años los que pasé asi, sola, inventando mil y una cosas para matar el tiempo. La tarea escolar no requería de mucho tiempo asi que, el que sobraba, lo pasaba haciendo un sinfin de actividades: probándome la ropa y los zapatos de mis hermanas mayores, maquillándome y desmaquillándome con sus cosméticos, escuchando la radio y anotando en una libreta la lista de canciones de la programación con todos sus detalles, viendo algunas telenovelas, etc. De vez en vez me asaltaba de nuevo ese sentimiento de desamparo, en los que el llanto era el común denominador, hasta que llegué a acostumbrarme a esa compañera que por algun tiempo no me abandonaría: la soledad.

Si bien lo acepté con resignación, nunca me pareció una óptima forma de vida para una pequeña de diez años. Pero como dijo aquella 'es lo que me tocó vivir'.

Cinco años depués, una vez en el bachillerato, fué que comencé dejar ese sentimiendo nostálgico de falta de protección. Lo cambié por la deslumbrante libertad de los adolescentes en los que uno se piensa que puede comerse el mundo. Mis días y tardes se convirtieron en una vacación interminable: por la mañana en la prepa, que era siempre un relajo y por las tardes nunca faltaba a dónde ir (cine, patinadero, la casa de algún amigo, etc). Ahí aprendí el valor de la amistad, que en mi caso significaba simplemente compañía y diversión.

Nunca volví a estar sola pues no faltaba alguien que me llamara o invitara a algún lado, después vinieron los novios (algo tarde, con 17 años cumplidos) y más tarde los compañeros de trabajo.

Con el matrimonio y los hijos, la soledad sería algo imposible de imaginar, siempre trabajando en algo o cumpliendo con la familia. Pendiente de que todo esté en orden, de que a los hijos no les falta nada ó llevándolos de allá para acá, platicando con el marido, visitando o siendo visitada por las amigas.

Hoy mi marido fué al gimnasio llevándose a Zara, Christof tuvo partido de fútbol y yo me quedé en casa para arreglarla porque mañana tenemos invitados a comer. Cuando la casa quedó en silencio, en lugar de ir por mis utensilios de trabajo, fuí directo a la cocina y me hice un almuerzo muy norteño: huevos con chorizo. Subí el plato y la bebida a mi recámara, me senté en la cama y me puse a ver la telenovela que se me pasó durante la semana. Luego con toda la calma del mundo, traje del cuarto de baño un libro del que solo podía leer no más de dos páginas cuando tenía alguna necesidad fisiológica. También hice algunos sudokus al mismo tiempo que escuchaba música.

Fueron tres horas de una soledad deliciosa, un precioso tiempo que casi nunca tengo para mí y que, aunque me sentí algo culpable por no haber limpiado la casa, disfruté como nunca. Sabía que tarde o temprano llegaría la tromba hijos/marido que tengo y eso me daba aún más tranquilidad, no me agobié porque el tiempo fuera mucho o poco, simplemente me relajé y lo gocé.

Qué diferente de aquella sensación de vacío de mi niñez, los años no pasan en balde y lo que uno aprende con el tiempo es a valorar los momentos y tomar de ellos solo lo positivo. Pero ¿tendremos siempre que pasar por lo amargo para apreciar lo dulce?.

Feliz sabadín!

3 comentarios:

ceronne dijo...

La mía pronto se va a terminar .. y no es que la aborrezca, para nada, me la paso bien. De momento soy dueño de mi tiempo, realizo mis actividades cuando quiero y realizo lo que quiero. Sé que a lo mejor este tiempo que llevo así lo extrañaré. Como dices, los amigos son compañía, comprensión, pero también ellos, como yo, disfrutan de la misma forma su "soledad" ... hasta que claro, comienzan a vivir en pareja, vienen los hijos ... uy uy .. espero aún falten algunos años ;-)

Absynthe dijo...

no seas así... de verdad que a veces escribes cosas que me sacan litros de lagrimas... esta es una de ellas porque me lleva a aquellos tiempos en que fui una niña extremadamente solitaria, que no feliz...
gracias, porque desde la distancia nos une el corazón de Mexicanas, y por supuesto, tu corazón ha tocado el mío... gracias, de verdad, por recordarme lo maravilloso que es vivir y disfrutar de cada uno de los momentos de mi vida...
un abrazo Fuerte, enorme...

Nancy dijo...

Definitivamente la vida se ve diferente al correr de los años, de niños es muy difícil que a alguien le guste estar solo, ya de adultos, algunos desarrollamos el gusto a la soledad por elección propia o ya de plano por que así nos tocó y terminanos disfrutándola igual en momentos y sufriéndola en otros.

Comprendo el sabor que tiene para ti esos ratos de soledad deliciosos que muy de vez en cuando se tienen para una misma, pero creo que por esos mismos motivos por lo cual son escasos, son la razón de que sepan tan bien no?

Te mando un abrazo desde mi solitaria noche en donde todos duermen, menos yo ;)

Besos