Nunca falta un roto para un descosido

Hace mucho comenté de mi preocupación sobre los poquísimos amigos que mi hijo tiene. Un día me sorprendió diciéndome que había descifrado el enigma del por qué nadie lo quiere en sus "pandillas", me dijo que sus compañeros piensan que es tonto porque las cosas que él platica ellos no las entienden "entonces no soy tonto mami, es que la maestra no les enseña lo que yo sé" (sic). Desde antes ya yo había dejado de preocuparme con eso, yo misma a esa edad no era muy amiguera que digamos y el tiempo me dió la razón cuando hace algunas semanas llegó tan alegre como una castañuela. El motivo lo tenía entre sus manos: el álbum de amigos de una de sus compañeras de grupo llamada Mona, se lo dió para que lo llenara con sus datos y pegara su fotografía después de preguntarle si quería ser su amigo.

Mi criatura no cabía de alegría, nunca antes le habían hecho una petición tan formal en forma tan "oficial". Más aún cuando él, que es muy observador, se había dado cuenta que en las páginas anteriores sólo estaban las personas de la familia de la niña, "fíjate, fíjate mami, yo voy a ser el primero ... su primer amigo en el álbum ... mi foto va a ser la primera de los que no son sus hermanos y sus papás!!!". Debo confesar que yo también me sentía agobiada con tanta felicidad, por fin alguien había reconocido las cualidades de mi querubín y lo aceptaba tal y como es ... el cielo abierto de par en par para mi.

Su papá y yo le ayudamos a llenar los espacios (comida favorita, programa de tv, juego favorito, etc., etc.) y entre los tres escogimos la foto "en la que salga más guapo eh!". La cosa no paró ahí, en los días siguientes el nombre de Mona aparecía en cada una de sus conversaciones, luego se fué yendo en otra dirección "no me gusta que Rafael acompañe a Mona a su casa". Como pude le expliqué que los amigos no son propiedad ni tienen la exclusividad de nadie, traté de animarlo a hacerse también amigo de "Rafael" y ya no volví a escuchar nada al respecto. La semana pasada, cuando los llevaba a casa de sus abuelos, llegamos a comprarles un regalito en agradecimiento por haberlos invitado a pasar la semana con ellos. Unas flores para mi suegra y una caja de chocolates para mi suegro, precisamente en el mismo estante estaba una cajita de chocolates en forma de corazón y me preguntó si podía prestarle dinero para comprarle esos chocolates a Mona por el día de San Valentín, ya que su cartera la había dejado en casa (con anterioridad también le había hecho a mano una tarjeta en forma de corazón para ése día). Me causó ternurita y se los compré, aunque le advertí que iba a tener que esperar hasta hoy para dárselos porque era cuando comenzaban las clases.

Pero anoche que preparábamos la mochila y la ropa para hoy, su papá vió la cajita de chocolates y le dijo que no podía regalárselos porque contienen alcohol "es como si le regalaras una cerveza m'ijo, sus papás no van a dejarla que se los coma" le dijo mi maridis. El niño muy triste y preocupado a la vez casi le da un infarto, yo lo calmé diciéndole que seguramente tenía por ahí algunos otros, que yo misma se los iba a preparar en forma de regalo para que no llegara con las manos vacías. Me encontré un enorme chocolate, lo envolví muy cuidadosamente con un papel muy bonito con mariposas y florecitas en color naranja y se lo puse al lado de su mochila para que no lo olvidara al irse a la escuela.

El caso es que por un detalle técnico, tuve que ir a alcanzarlo a la puerta de la escuela, le entregué la gorra que había olvidado en casa y en ese momento llegó la susodicha "mira mami, ahí viene mi amor!!!" (WTF!), inmediatamente corrió a encontrarla y le entregó el paquetito "mira, te traje ésto por el día de San Valentín". Ella se puso roja como un tomate, volteó a ver al niño que la acompañaba y muy tímidamente tomó el regalo entre sus manos, puso su mochila en el piso y lo guardó muy cuidadosamente. Christof solo me dijo adiós con la mano y se quedó con ella, yo estaba tan emocionada como si el detalle fuera para mí, ja!.

A medio día, después de comer, recibimos una llamada muy interesante: Mona lo invitaba a jugar a su casa (de las dos a las cuatro de la tarde dijo su mamá) y Christof aceptó encantado. Lo llevé y lo recogí puntual como mandan los cánones suizos de visitas de cortesía, la niña es muy "mona" valga la redundancia, muy educada y tampoco se cortaba nadita a la hora de demostrar la alegría que le dió estar con mi hijo. Platiqué unos cuantos minutos con la madre cuando lo recogí y entre las cosas que me dijo fué que la niña no tiene muchos amigos (lo dicho, nunca falta un roto para un descosido) y que ella se sintió más que halagada por los detalles del libro de amigos y el regalo de San Valentín para su hija. Me comentó que jugaron muy tranquilos y contentos y que esperaba que su amistad durara por mucho tiempo. Nos dimos un apretón de manos fuerte, me sentí identificada con ella en cierto modo, quería decirle con ese ademán lo mucho que significó éste encuentro para mí porque con ello mi hijo recobró la confianza en sí mismo. Ahora sabe que puede tener amigos, que no hace falta tener muchos, sino saber encontrar aquellos con quien compartir sus propios intereses aunque pareciera que los de Christof son un poco más que amistosos. Para que luego digan algunos que San Valentín es solo mercadotecnia.

See you later, aligators.