Viajando a Europa sin morir en el intento ...

ó lo que es lo mismo: uno pone y Dios dispone.

Faltaban pocos minutos para las once de la noche del pasado lunes y me disponía a ver a mi adorado Arturito Carmona en Los 5 Magníficos, no me podía perder éste programa en el que estaba en la cuerda floja y que tal vez sería el último en el que éste bombón participara. A su regreso del gimnasio, mi maridis había comprado unos deliciosos Kebaps, yo me encontraba preparando la mesita de la cama para comerlos frente a la TV y mis querubines ya viajaban al país de los sueños en los brazos de Morfeo. De pronto suena el teléfono y, creyendo que eran mis "adorados" suegros al ver el prefijo telefónico del identificador de llamadas, le pedí al dueño de mis quincenas que contestara. Lo escuché decir en alemán que sí, que éste era nuestro número telefónico y que también hablaba español. Hasta donde yo estaba, y luego de suprimir el sonido de la tele, alcancé a oír del otro lado de la línea que pedía hablar conmigo una voz en español con acento caribeño.

Inmediatamente me dió el auricular, la persona que llamaba se identificó como Jorge, "un cubano con residencia suiza", me dijo al mismo tiempo en que me preguntaba si yo tenía una sobrina de nombre M.I. En ese momento recordé una conversación con mi madre unas semanas antes, en donde me informaba que M.I. viajaría ese día de Monterrey a Zürich con unos grupo de amigos y sólo estaría en ésta ciudad unas horas mientras transbordaban otro avión con destino a París y de ahí a algunas ciudades de Italia e Inglaterra. Mi madre también me dijo que a su regreso a Monterrey pasaría de nuevo por aquí y que tal vez ella se comunicaría conmigo para vernos algunas horas en el aeropuerto mientras esperaban su avión a México.

La voz de Jorge en el teléfono sonaba tranquila, pero en el fondo alcancé a escuchar un llanto que identifiqué con la voz de mi sobrina. Me asusté mucho, mi corazón comenzó a latir con mucha fuerza y rápidamente le pregunté qué pasaba. Me contestó que ella estaba bien, pero un poco nerviosa porque tenía varias horas de haber llegado a Suiza y no había podido comunicarse conmigo. Le pedí que la pusiera al teléfono y, efectivamente, M.I. se encontraba en un estado de shock nervioso. No podía entenderle bien lo que decía debido al llanto que se acentuó cuando escuchó mi voz, le pedí que se calmara un poco y me dijera dónde estaba. Sólo me pudo decir "ven por mí tía, estoy en la estación principal del tren en Zürich, hace dos días me robaron mi bolsa en Italia con todos mis documentos de viaje y me han pasado muchas cosas".

Le aseguré que en ese momento saldría para allá y que me pasara de nuevo con el tal Jorge. Este me comentó que estaban en un McDonald's en frente de la terminal de trenes en el segundo piso, y que esperaría con ella hasta que yo llegara. Le advertí que me encontraba a, por lo menos, unos cuarenta minutos de ahí y le pregunté si aún así querría esperar. El buen hombre no titubeó en contestar que esperaría el tiempo necesario y que no dejaría sola a mi sobrina, no pude más que darle las gracias anticipadas. Le conté a mi maridis el problema y se puso casi igual que M.I. de nervioso, le preocupaba mi estado físico para poder conducir hasta allá, pero le recordé que los únicos nerviosos eran ellos y que claro que iría costase lo que costase. Por supuesto que yo también estaba nerviosa, pero en alguien tendría que caber la prudencia, me dispuse a cambiarme de ropa tan rápido como pude y me lancé como el Borras a la autopista A1 que lleva al corazón de Zürich. Respetaba los límites de velocidad como nunca, aun en la autopista que estaba vacía,

Dejé el coche en la estación de trenes faltando pocos minutos para la media noche, lucía casi vacía a excepción de algunos trabajadores remodelando no sé que cosas ahí dentro y de algunos drogadictos que la utilizan para pasar la noche ó en el peor de lo casos, para asaltar a algún trasnochador. Atravesé de lado a lado toda la estación con grandes pasos, me tomó por lo menos cinco minutos; es tan grande y aunque yo caminaba tan rápido, me pareció interminable. Mi reflejo en algunos cristales me hizo sonreír al verme vestida con jeans-bermudas, botas y chaqueta, sabrá Dios lo que la genta al verme haya pensado: loca, junkie, snob... pero qué importaba si ya sólo estaba a unos metros de encontrarme con la pobre de M.I.?

Crucé dos calles sorteando los últimos tranvías del día, casi corriendo, en la última media cuadra empezó a lloviznar y apresuré todavía más el paso. Subí las escaleras del McDonald's de dos en dos, y al llegar al segundo piso la ví en la mesa del fondo. Ahí estaba ella, con tres personas en una mesa, uno de ellos un hombre menudo y moreno junto a una mujer alta de tez muy blanca: eran Jorge el cubano al teléfono y ella María su novia, una suiza de ascendencia italiana pero nacida en éste país. El tercero en la mesa ... reconocí de inmediato de quién se trataba: M.I. no viajaba sola.

Continuará ...