Hoy fué uno de los días más tranquilos y divertidos de las últimas semanas. A pesar de tener programado para éste día todo un sinfín de actividades domésticas relacionadas con mi ingreso al hospital (costumbre muy suiza de tenerlo todo perfectamente preparado con anticipación), nada salió conforme al dichoso programita. Comenzando con que me desvelé hasta las tres de la madrugada, nos fué imposible ir al gym. Claro mis hijos enojadísimos, porque en la guardería del gym tienen los domingos muchas actividades y juegos para los peques.
Directo al Plan B: ir a misa. Desde aquí las cosas empezaron a marchar solitas, en el camino a la iglesia mi maridis me propuso que al terminar nos fuéramos a comer a un restaurant,lo que no era mala idea sobre todo teniendo de frente el trabajo que nos esperaría al volver a casa. Invitamos al sacerdote, un asturiano maravilloso que principalmente es amigo nuestro más que otra cosa; ahí mismo nos encontramos a dos matrimonios también muy amigos nuestros y por no dejar los invitamos a unirse e ir todos juntos a comer. Y digo "por no dejar" porque según la costumbre chocolatera, las invitaciones aquí se hacen siempre con algunos días de anticipación.
Todos aceptaron, y nos fuimos a un restaurant Tailandés (mi comida favorita después de la china) que extrañamente recibe grupos de personas sin reservación previa. Para nuestra sorpresa, y como nos lo informó el dueño que ya nos conoce bien, desde hace unas semanas había cambiado la costumbre de los menús (entrada, plato fuerte y postre) al de bufett. De la comida ni hablar: exquisita como siempre, de la convivencia: todavía mejor, y el precio como decía el payaso tapatío Lagrimita: "que ba-ra-toooo". Casi nos sacan a patadas pues la sobremesa se extendió tres horas más, la plática parecía que no terminaba nunca y mis hijos bien hartos de dibujar y de que el dueño los mandara callar y sentar a cada rato.
Tan entretenida y contenta me sentía, que se me olvidaron mis planes domésticos y sugerí tomar el café en nuestra casa (que es su casa, ya lo dijo Manolito en El Gran Chaparral), obtuve un unánime SI por respuesta. Y siguió el chal en la cocina de casa todos amontonados en el antecomedor, cafecito y GANSITOS Marinela que me regalaron hace tiempo (ya no compro galletitas ni pan de dulce desde hace mucho tiempo, por aquello de que la carne es débil). Otras dos horas que que se iban como agua. Aquello parecía la Torre de Babel: un español, un italiano, dos suizos, una argentina y Engel Dafne (mi queridísma colaboradora involuntaria) y yo representando muy bien a Méxiquito. Todos nos peleábamos por hablar: que si la diferencia entre Juan Pablo II y Benedicto, que si la costumbre del matriarcado en el sur de Italia, que si los latinos somos mejores que los españoles, que si los impuestos; miles de tópicos que nos hacían reír, discutir y aprender unos de otros. Me sentí como si hubiera estado con mis hermanos en la cocina de mi madre, como en familia.
A las cinco de la tarde el que puso el desorden fué el padre, se tuvo que ir porque tenía otra misa que oficiar y de ahí los demás siguieron su ejemplo no sin antes darme muchos ánimos . Tan a gusto me sentí, que no me importó empezar a trabajar a esa hora de la tarde, ya casi oscureciendo y para rematar mi maridis se ofreció a ayudarme. Terminamos en menos de lo que canta un gallo y mi sonrisa no se borró nunca. Qué nervios ni que ocho cuartos, me siento tranquila, relajada, feliz. No cabe duda que no hay mejor remedio para las angustias y las tristezas, que olvidarlas con la buena compañía de la gente que nos aprecia y nos quiere bien.
Feliz tarde de domingo!
Directo al Plan B: ir a misa. Desde aquí las cosas empezaron a marchar solitas, en el camino a la iglesia mi maridis me propuso que al terminar nos fuéramos a comer a un restaurant,lo que no era mala idea sobre todo teniendo de frente el trabajo que nos esperaría al volver a casa. Invitamos al sacerdote, un asturiano maravilloso que principalmente es amigo nuestro más que otra cosa; ahí mismo nos encontramos a dos matrimonios también muy amigos nuestros y por no dejar los invitamos a unirse e ir todos juntos a comer. Y digo "por no dejar" porque según la costumbre chocolatera, las invitaciones aquí se hacen siempre con algunos días de anticipación.
Todos aceptaron, y nos fuimos a un restaurant Tailandés (mi comida favorita después de la china) que extrañamente recibe grupos de personas sin reservación previa. Para nuestra sorpresa, y como nos lo informó el dueño que ya nos conoce bien, desde hace unas semanas había cambiado la costumbre de los menús (entrada, plato fuerte y postre) al de bufett. De la comida ni hablar: exquisita como siempre, de la convivencia: todavía mejor, y el precio como decía el payaso tapatío Lagrimita: "que ba-ra-toooo". Casi nos sacan a patadas pues la sobremesa se extendió tres horas más, la plática parecía que no terminaba nunca y mis hijos bien hartos de dibujar y de que el dueño los mandara callar y sentar a cada rato.
Tan entretenida y contenta me sentía, que se me olvidaron mis planes domésticos y sugerí tomar el café en nuestra casa (que es su casa, ya lo dijo Manolito en El Gran Chaparral), obtuve un unánime SI por respuesta. Y siguió el chal en la cocina de casa todos amontonados en el antecomedor, cafecito y GANSITOS Marinela que me regalaron hace tiempo (ya no compro galletitas ni pan de dulce desde hace mucho tiempo, por aquello de que la carne es débil). Otras dos horas que que se iban como agua. Aquello parecía la Torre de Babel: un español, un italiano, dos suizos, una argentina y Engel Dafne (mi queridísma colaboradora involuntaria) y yo representando muy bien a Méxiquito. Todos nos peleábamos por hablar: que si la diferencia entre Juan Pablo II y Benedicto, que si la costumbre del matriarcado en el sur de Italia, que si los latinos somos mejores que los españoles, que si los impuestos; miles de tópicos que nos hacían reír, discutir y aprender unos de otros. Me sentí como si hubiera estado con mis hermanos en la cocina de mi madre, como en familia.
A las cinco de la tarde el que puso el desorden fué el padre, se tuvo que ir porque tenía otra misa que oficiar y de ahí los demás siguieron su ejemplo no sin antes darme muchos ánimos . Tan a gusto me sentí, que no me importó empezar a trabajar a esa hora de la tarde, ya casi oscureciendo y para rematar mi maridis se ofreció a ayudarme. Terminamos en menos de lo que canta un gallo y mi sonrisa no se borró nunca. Qué nervios ni que ocho cuartos, me siento tranquila, relajada, feliz. No cabe duda que no hay mejor remedio para las angustias y las tristezas, que olvidarlas con la buena compañía de la gente que nos aprecia y nos quiere bien.
Feliz tarde de domingo!
2 comentarios:
Eso es precisamente lo que te decía el otro día... ¿para qué angustiarse?
Un gran abrazo, verás que todo sale de maravilla. Estaré orando por tí.
Markus, please, send me an email to tell me that she's fine tomorrow night.
Besos
Lula ... claro que si ... Markus
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