octubre 13, 2010

Recomenzar II parte (cuento)

Renata contrajo matrimonio con Don Marcos cuando ella ya había pasado los 27 años de edad. Los primeros de aquella unión, transcurrieron entre el espejismo de felicidad que da la bienvenida al matrimonio para cualquier pareja y los intentos infructuosos por concebir un hijo. Más de cuatro embarazos fallidos iban poniendo a prueba la solidez de aquella pareja e iban haciendo mella en el sentimiento mutuo.

La presión familiar por parte de Don Marcos hacia Renata era más que evidente, incomprensible. En una ocasión en que la joven estuvo a punto de perder la vida, luego de otro aborto espontáneo muy complicado, le comentó a su suegra sobre la posibilidad de no volver a intentarlo. La anciana le respondió con la calma que le caracterizaba, que ni lo pensara, porque "no me quiero morir sin ver por lo menos un hijo de Marcos". A pesar de aquel comentario desafortunado, unos años después la vida la compensaría con tres hermosos hijos: dos mujeres y un hombre.

La educación de Don Marcos siempre fué más que tradicionalista, machista, por eso dejó completamente en manos de Renata, la educación de los pequeños. Era ella sola la asistía a las fiestas escolares, a los conciertos del mariachi al que pertenecían los tres pequeños, a los juegos de futbol americano del pequeño... a todo lo relacionado con ellos porque él, él no tenía tiempo. Estaba ocupadísimo con sus negocios, con sus amigos y con su familia paterna.

A estas alturas, Renata y sus hijos, se iban alejando en mucho del ideal familiar que Don Marcos hubiera querido tener. En nada se parecía sus hijos a sus sobrinos, todos ellos dechados de virtudes, en comparación a sus vástagos. En cuanto a Renata, me imagino que también lo decepcionó porque tampoco tenía, ni por asomo, las cualidades de su santa madrecita y sus hermanas. También dechados de vitudes inmaculadas.

Un abismo entre la pareja se fue construyendo casi sin darse cuenta. El dinero no fue nunca un problema, siempre había para todo, hasta para mandar a la familia de vacaciones. Claro, sin Don Marcos, porque no tenía tiempo. Pero algo era curioso, el tiempo que siempre le faltaba para otras cosas, le sobraba para regañar a los muchachos por una u otra razón, también para criticar las decisiones que Renata tomaba para con ellos y hasta crucificarla en los peores momentos de crisis. En especial con el hijo que, luego de haber crecido sin una figura paterna al lado a la cual identificarse, habría sido demasiado mimado por Renata tal vez para compensar un poco la indeferencia del padre.

Como pudo, sola en el aspecto moral pero acompañada del económico (que no lo es todo en la vida, pero ah! como ayuda), Renata sacó a sus hijos adelante. Se convirtieron en jóvenes adultos, adoradores de su madre, y empezaron a necesitarla menos. De pronto Renata se vió con mucho tiempo 'libre' en sus manos: su marido en sus negocios (a los que nunca le dió acceso porque esas cosas son de "hombres") y sus hijos ya con sus vidas encaminadas.

Comenzó a llenar los vacíos con amigas en reuniones triviales, asistía más a sus padres ahora ancianos y hasta emprendió algunos negocios por su cuenta como la venta de cosméticos o de bienes raíces. En este punto se fué haciendo aficionada al juego, pasión heredada de su madre, y de ahí todo comenzó a complicarse. Jamás descuidó a sus hijos, porque las reuniones sabatinas con ellos, son infaltables.

Renata se volvió ludópata, gastando a manos llenas el dinero que su marido seguía proporcionándole para que lo dejara trabajar 'en paz'. Pero en su ludopatía Renata no estaba sola, acompañada de sus hermanas y su madre, vió como el dinero de su marido ya no iba siendo suficiente. Tampoco le alcanzó con el poco dinero que ganó como corredora de bienes raíces, porque ahora le dedicaba menos tiempo, el resto lo consumía su hábito de jugar.

De pronto la salud de su marido sufrió algunos reveses: un accidente, una enfermedad congénita, malos hábitos alimenticios, etc. Renata siempre estuvo ahí para cuidarlo, a pesar de la familia de Don Marcos que cuando podían, trataban de nulificarla; pero ella siempre supo exigir sus derechos y su lugar.

No le duró mucho el gusto, porque fue el mismo Marcos quien empezó a dar muestras de la distancia que deseaba poner entre los dos. En una ocasión en un cumpleaños de él, Renata le quiso dar una sorpresa y reservó en un restaurant para festejarle, acudió por él a su oficina. La sopresa se la llevó ella.

El lugar estaba lleno de personas en una fiesta muy animada: la familia de Don Marcos y parte de sus empleados. Renata y sus hijos no fueron requeridos para el festejo. Aún así ella, muy inteligentemente, hizo venir a los hijos y se quedaron en la fiesta.

Detalles como éste fueron quedando en el aire, a veces Renata quería hablarlos o solucionarlos, pero la necedad y terquedad de su marido la hacían desistir de esos intentos. Muchas otras veces mas Don Marcos dió muestras de querer seguir su camino solo, pero su mujer o no los quiso ver, o pensó se resigno a ellos. Como cuando su marido empezó a pasar noches en su oficina pretextando mil y un motivos.

Hoy Don Marcos vive en esas oficinas, se llevó algo de ropa y no quiere volver a su casa. Encontró el motivo perfecto para culpar a Renata de la separación (su afición por el juego) y ha planeado muy bien el rumbo a seguir. Le asignó una cuota económica mínima a su mujer, que le manda a través de uno de sus hijos pero que dista mucho de lo que la tenía acostumbrada, se podría decir que es solo para lo indispensable.

Renata trató de hablar con él, le propuso un intento por salvar lo que tantos les había costado construír, pero su marido no aceptó. Ella, que nunca se ha dejado caer ante nada, aceptó dignamente su derrota sin decir una palabra más.

A sus 58 años, hoy ha vuelto a su empleo de bienes raíces, apoyada moralmente por sus hijos. No dice nada, ni su familia mas cercana la ha visto triste o deprimida, tal vez la procesión va por dentro. Quedará todavía amor en esa pareja? Será ésta la liberación de una antigua mala decisión de los dos? Por lo pronto ella, vuelve a comenzar, porque tiene su futuro en sus propias manos. Porque ahora es dueña y señora de su vida.

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