Hace algunos años una paisana me invitó a formar parte de una tanda de latinas (la mayoría mexicanas) de las que solo conocía a dos de ellas. Me presentó al grupo y me integré de inmediato con la finalidad de expandir un poco mis horizontes sociales fuera del círculo al que ya estaba acostumbrada. Fué así como conocí un grupo muy diferente y cálido de exiliadas rosas que se reunían solo a compartir anécdotas y pasar un rato agradable sin chismes ni competencias de por medio. Durante los primeros tres o cuatro años el gupo permaneció íntegro, la convivencia sincera/espontánea me llevó a tomarles mucho cariño y a conocer otras formas de amistad menos problemáticas a las que había conocido.
Aquella amiga que me había invitado a formar parte de su grupo, se volvió a México con su familia y en su lugar entró otra persona nueva que vino a traer un aire fresco a las reuniones. Así, fueron llegando más personas sustituyendo a otras que por una razón u otra no podían seguir, la mayoría de éstas pertenecientes al primer grupo del que yo de alguna forma había tratado de huir a mi llegada a la dichosa tanda. Como lo esperaba, comenzaron los malos entendidos, los chismes y las frases con doble sentido en las reuniones. Algunas se salieron por problemas con otras y en alguna ocasión hasta se dieron un agarrón en medio de la cena llegando a los gritos y los insultos. Otras, se dejaron de hablar y las reuniones se hacían cada vez más incómodas y difíciles de soportar.
Sabía que yo no me iba a escapar y, como lo pensé, mi turno llegó el pasado año cuando mi opinión no coincidió con la de una de ellas. El típico si no estás conmigo, estás contra mí, hizo que se tomara partido de unas partes y de otras, aunque el agua no llegó al río. Hubiera pasado por alto ésta situación, tal vez pensando en que el tiempo pone cada cosa en su lugar, pero situaciones como negarme un saludo o escuchar indirectas hacia mi persona como niñas de secundaria, terminaron por llevarme a tomar una decisión. Fué así que en la última de las reuniones les pedí no me incluyeran en el sorteo de este año, les agradecí su insistencia y los ratos agradables (que también los hubo, he reconocerlo), de la forma más cordial les comenté que seguríamos viéndonos en otras celebraciones como siempre y tan tán.
La verdad es que ya estaba hasta el chongo de lidiar con gente ignorante, sin educación, sin quehacer (como diría mi abuela) que estaban muy lejos de ser como aquel grupo que me había gustado tanto en un principio. Y aunque siempre he pensado que la comunicación lo puede todo, hablar con gente así, es como hablarle a la pared. Había aclarado las cosas con la susodicha, pero es bien sabido que cuando alguien quiere justificar su estupidez, se inventa razones y se las cree; por lo que no sirvió de mucho mi intento por sanar el malentendido. Qué flojera reunirse para estar cuidando mi boca de no herir egos sensibles, es como caminar sobre clavos. Nunca he sido cortesana, ni me gusta darle por su lado a nadie, pero la educación que recibí de mi familia prevalece ante todo y no me hubiera gustado terminar dando un espectáculo vulgar como sucedió a otras.
Hasta el dia de hoy, algunas de ellas me han seguido insistiendo que no deje el grupo, pero tengo que ser coherente conmigo misma y no dejar que la presión social me lleve a donde no quiero ir. No todas son iguales, seguramente a ellas son a las que extrañaré más, pero la amistad con ninguna (incluída la del problema) ha terminado, simplemente puse distancia de por medio haciendo nuestro trato no tan frecuente como fué. Ahora si espero que con eso, el tiempo haga lo suyo y en un futuro todo quede el olvido, por el bien de todos. Un amigo me comentaba que eso sería como darle la razón a quien no la tiene, yo creo que la razón la sé yo y con eso es suficiente, allá los demás que les guste engañarse a sí mismos. Será?
Au revoir!