La mayoría de los mexicanos nos quejamos muy frecuentemente de lo mal que está el país, de lo mal que estuvo y de lo mal que estará. Si, también le pegamos a la Madame Sasú de vez en cuando. En otro post anterior comentaba que tal vez el hecho de estar lejos de México nos hace a los exiliados, valorar un poco lo que sí tenemos más que enfocarnos en las carencias de un país que no termina de sacudirse las viejas prácticas. Estaba leyendo un post sobre el pueblo cubano en el blog de Mujer X y eso me hizo llegar a éstos pensamientos. Mi memoria se fué tiempo atrás, exactamente nueve años atrás, cuando mi maridis y yo visitamos Cuba como parte de nuestra luna de miel.
Por aquel entonces la apertura al turismo de pocos pesos comenzaba a dar frutos en Méxicon con auténticas gangas charteras para visitar la islita del Castro que no termina de estirar la pata. Yo había escuchado de algunos amigos que ya habían estado por allá, muchas historias sobre la forma de vivir de los ciudadanos cubanos "de-a-pié" y a la hora de hacer mis maletas, llené la mitad con pantimedias de nylon, pastas dentríficas, jabones de tocador y muchas, muchas libretas, plumas y lápices de todo tipo.
Habíamos escogido el Hotel Habana, despreciando los complejos de superlujo con la intención de que nuestro viaje, más que de placer (nunca mejor dicho), fuera un auténtico descrubimiento cultural. Al llegar al inmenso edificio de chorrocientos pisos, inmediatamente nos invadió un intenso olor a humedad rancia, vieja, producto de años sin darle el mantenimiendo adecuado al local. Los viejos elevadores trabajaban a la mitad de su capacidad, las paredes estaban llenas de mapas dibujados por las grietas que la sal marina y el tiempo habían carcomido sin consideración. Los muebles del lobby vestían telas ajadas por la cantidad que habían sido lavados, los colores casi casi podrían haber sido los de cualquier acuarela y el sistema de cómputo utilizado en la recepción era más que arcaico, obsoleto. Del cuarto se podría decir casi lo mismo, eso si, con una limpieza inmaculada.
Los empleados del hotel nos recomendaron los tours que salían diariamente a los distintos puntos de interés general de la hermosa isla, pero se sorprendieron al ver que solo habíamos pagado uno para el día siguiente a la playa de Varadero y otro para dos días después a las fábricas de puros. Insistieron demasiado en que planeáramos toda nuestra estancia desde el primer día, pero fuimos un hueso duro de roer: no nos convencieron. Los demás días salimos por nuestra cuenta, a pié, pero vigilados muy de cerca por una persona que no se nos depegó nunca; eso sí, a unos cuantos metros de distancia, pensando que no nos daríamos cuenta.
En esos recorridos "no oficiales" fué que conocimos La Habana que no a muchos interesa. Una noche fuimos a cenar a un restaurancito muy escondido en una zona nada turística, los platillos de la carta eran totalmente diferentes al buffete que ofrecía nuestro hotel, pero igual de deliciosos... o tal vez más. Cuando quisimos pagar, ingenuamente preguntamos si los precios eran en dólares o en pesos cubanos, a lo que el mesero respondió que por supuesto en dólares (después de ir a preguntar al encargado, claro está). Se nos hizo algo caro, sobre todo para ser un local que no recibe turistas, de hecho cuando llegamos nos dieron una mesa muy al fondo y alejada del enorme ventanal que da a la calle. A la hora de pagar vino el dueño del restaurante a darnos el cambio del billete y a disculparse porque su empleado había querido cobrar en dólares, nos dijo que la cuenta era solo la mitad de lo que decía la comanda y con una sonrisa nos dió las gracias. Antes de irnos mi maridis le habló al mesero (el único en todo el restaurant), le dió el dinero que nos había entregado su jefe y le pidió que lo repartiera entre él y las personas de la cocina. El hombre casi se suelta llorando, desviviéndose en darnos las gracias unas cuantas veces.
En el recorrido que hicimos por las fábricas de tabaco la cosa no fué tan diferente, mesas rectangulares enormes distribuídas a cada lado del salon con tres o cuatro mujeres por mesa enrollando puros, los dedos de todas estaban manchadas por ese color café-verdoso del tabaco recién procesado. Recuerdo con mucha pena a una de las trabajadoras, cómo en silencio absoluto dejaba de enrollar y con movimientos rápidos con una de sus manos señalaba primero una moneda y después una fotografía de un niño pequeño que tenía pegadas con cinta adhesiva en la mesa. No se necesitaba ser muy inteligente para saber de qué se trataba aquel ademán. Me detuve enfrente de ella y saqué unos paquetes de medias y un jabón de olor para entregárselos con mucha cautela, tratando de que el guía no me viera. Ella los tomó como de rayo y los escondió.
Otro día en que visitábamos la fortaleza de La Giraldilla, parte del recorrido era subir a una pequeña torre, en la entrada estaba una señora sentada que controlaba que el acceso fuera ordenado y de pocas personas para evitar amontonamiento en la parte superior. En un susurro casi imperceptible me dijo "¿no tienes algo que me des?", yo solo dije al regreso. Antes de salir, ya traía yo en mis manos unos pocos dólares, otros pares de pantimedias y una pasta detrífica, que le entregué según lo prometido. Lo mismo sucedió en otro viajecito que hicimos a un lugar en la sierra, más hacia el centro de la isla, el autobús paró en un lugar donde deberíamos recorrer una huasteca con pequeñas cascadas de agua entre cavernas y vegetación netamente tropical. Antes de bajarnos, el guía nos advirtió de hacer caso omiso a la gente que se acercara al pié del camión, so pena de ser amonestados tanto ellos como nosotros. Una vez abajo, se acercó una bandada de muchachitos entre los siete y los doce años, yo vi el cielo abierto porque ese día llevaba mi bolsa repleta de libretas, plumas, lápices y colores; no cabe duda que La Providencia me había tocado por la mañana antes de salir en el tour. Los niños estaban super contentos con mis regalos, los guías casi me jalan de los brazos, pero yo no caminé hasta no terminar de repartirles un poquito de cielo a aquellas criaturas. Antes de subir de regreso al autobús me senté en una fuente frente al estacionamiento, se me acercó un muchacho un poco más grande como de unos quince años y me preguntó si ya no traía más útiles escolares para regalar. Le dije que los había repartido todos, pero me acordé de la pluma que siempre llevaba conmigo (regalo de alguien muy querido), pero no me importó deshacerme de ella para entregársela a aquella criatura. Le dije que era la mía, que la cuidara mucho porque era de un gran valor sentimental y el me prometió que así lo haría; antes de que se fuera le dije que también traía unas pantimedias y jabones de tocador que tal vez le pudieran servir a su mamá, otra vez su sonrisa y muy honestamente me dijo "nooo, mejor los vendo! y asi comemos por una semana en casa algo que no sea arroz y frijoles". Me subí llorando al bus.
En otra de nuestras salidas "clandestinas", un señor que nos encontró caminando cerca del hotel, se ofreció a hacernos un recorrido nocturno en su viejísimo auto por la Habana de "ellos": aquella sin maquillaje turístico. Encantados y muy confiandos dijimos inmedatamente que sí; el paseo no pudo haber sido más placentero: pequeñas partes de aquel puerto maravilloso y una plática amena que nos hizo sentir mucho más satisfechos que cualquier visita al Copacabana. Nos platicó muchas historias, como la forma en que ellos fabrican rudimentariamente en sus propias casas las autopartes de sus coches cuando éstos se descomponen, nos contó también que la mayoría de los habitantes de la isla tienen una carrera universitaria hasta con doctorados y que se desempeñan como elevadoristas, choferes de camiones y hasta personal de intendencia por no tener campo de acción alguno en su ramo; nos contó... nos contó muchas cosas más que terminaron por deprimirme y dar gracias a Dios de haber nacido unos kilómetros más hacia este.
Las demás cosas que llevé las repartí entre las muchachas que limpiaban los cuartos en el hotel y las cocineras que cada mañana servían el buffete del desayuno. Nadie me vió con caras raras, se podría decir que casi lo esperaban. En la semana que pasé ahí nunca vi a alguien sin trabajar, nunca vi a nadie con malas caras al desempeñar sus labores, todos sonreían siempre... tal vez con la fuerza que da la esperanza.
Veo con miedo cómo mi país se descontrola cada día más, miedo a que una vez se convierta en otra Cuba ante la ambición desmedida de algunos, la corrupción de otros y la cobardía de otros cuantos que debieran vigilar por el bienestar del país. México es un país de gente que lucha, que trabaja, hospitalaria, esperanzadora, bienintencionada... pero desgraciadamente éste gente no está en el poder. Tendremos que esperar sentados a que se convierta en La Otra Cuba?
Por aquel entonces la apertura al turismo de pocos pesos comenzaba a dar frutos en Méxicon con auténticas gangas charteras para visitar la islita del Castro que no termina de estirar la pata. Yo había escuchado de algunos amigos que ya habían estado por allá, muchas historias sobre la forma de vivir de los ciudadanos cubanos "de-a-pié" y a la hora de hacer mis maletas, llené la mitad con pantimedias de nylon, pastas dentríficas, jabones de tocador y muchas, muchas libretas, plumas y lápices de todo tipo.
Habíamos escogido el Hotel Habana, despreciando los complejos de superlujo con la intención de que nuestro viaje, más que de placer (nunca mejor dicho), fuera un auténtico descrubimiento cultural. Al llegar al inmenso edificio de chorrocientos pisos, inmediatamente nos invadió un intenso olor a humedad rancia, vieja, producto de años sin darle el mantenimiendo adecuado al local. Los viejos elevadores trabajaban a la mitad de su capacidad, las paredes estaban llenas de mapas dibujados por las grietas que la sal marina y el tiempo habían carcomido sin consideración. Los muebles del lobby vestían telas ajadas por la cantidad que habían sido lavados, los colores casi casi podrían haber sido los de cualquier acuarela y el sistema de cómputo utilizado en la recepción era más que arcaico, obsoleto. Del cuarto se podría decir casi lo mismo, eso si, con una limpieza inmaculada.
Los empleados del hotel nos recomendaron los tours que salían diariamente a los distintos puntos de interés general de la hermosa isla, pero se sorprendieron al ver que solo habíamos pagado uno para el día siguiente a la playa de Varadero y otro para dos días después a las fábricas de puros. Insistieron demasiado en que planeáramos toda nuestra estancia desde el primer día, pero fuimos un hueso duro de roer: no nos convencieron. Los demás días salimos por nuestra cuenta, a pié, pero vigilados muy de cerca por una persona que no se nos depegó nunca; eso sí, a unos cuantos metros de distancia, pensando que no nos daríamos cuenta.
En esos recorridos "no oficiales" fué que conocimos La Habana que no a muchos interesa. Una noche fuimos a cenar a un restaurancito muy escondido en una zona nada turística, los platillos de la carta eran totalmente diferentes al buffete que ofrecía nuestro hotel, pero igual de deliciosos... o tal vez más. Cuando quisimos pagar, ingenuamente preguntamos si los precios eran en dólares o en pesos cubanos, a lo que el mesero respondió que por supuesto en dólares (después de ir a preguntar al encargado, claro está). Se nos hizo algo caro, sobre todo para ser un local que no recibe turistas, de hecho cuando llegamos nos dieron una mesa muy al fondo y alejada del enorme ventanal que da a la calle. A la hora de pagar vino el dueño del restaurante a darnos el cambio del billete y a disculparse porque su empleado había querido cobrar en dólares, nos dijo que la cuenta era solo la mitad de lo que decía la comanda y con una sonrisa nos dió las gracias. Antes de irnos mi maridis le habló al mesero (el único en todo el restaurant), le dió el dinero que nos había entregado su jefe y le pidió que lo repartiera entre él y las personas de la cocina. El hombre casi se suelta llorando, desviviéndose en darnos las gracias unas cuantas veces.
En el recorrido que hicimos por las fábricas de tabaco la cosa no fué tan diferente, mesas rectangulares enormes distribuídas a cada lado del salon con tres o cuatro mujeres por mesa enrollando puros, los dedos de todas estaban manchadas por ese color café-verdoso del tabaco recién procesado. Recuerdo con mucha pena a una de las trabajadoras, cómo en silencio absoluto dejaba de enrollar y con movimientos rápidos con una de sus manos señalaba primero una moneda y después una fotografía de un niño pequeño que tenía pegadas con cinta adhesiva en la mesa. No se necesitaba ser muy inteligente para saber de qué se trataba aquel ademán. Me detuve enfrente de ella y saqué unos paquetes de medias y un jabón de olor para entregárselos con mucha cautela, tratando de que el guía no me viera. Ella los tomó como de rayo y los escondió.
Otro día en que visitábamos la fortaleza de La Giraldilla, parte del recorrido era subir a una pequeña torre, en la entrada estaba una señora sentada que controlaba que el acceso fuera ordenado y de pocas personas para evitar amontonamiento en la parte superior. En un susurro casi imperceptible me dijo "¿no tienes algo que me des?", yo solo dije al regreso. Antes de salir, ya traía yo en mis manos unos pocos dólares, otros pares de pantimedias y una pasta detrífica, que le entregué según lo prometido. Lo mismo sucedió en otro viajecito que hicimos a un lugar en la sierra, más hacia el centro de la isla, el autobús paró en un lugar donde deberíamos recorrer una huasteca con pequeñas cascadas de agua entre cavernas y vegetación netamente tropical. Antes de bajarnos, el guía nos advirtió de hacer caso omiso a la gente que se acercara al pié del camión, so pena de ser amonestados tanto ellos como nosotros. Una vez abajo, se acercó una bandada de muchachitos entre los siete y los doce años, yo vi el cielo abierto porque ese día llevaba mi bolsa repleta de libretas, plumas, lápices y colores; no cabe duda que La Providencia me había tocado por la mañana antes de salir en el tour. Los niños estaban super contentos con mis regalos, los guías casi me jalan de los brazos, pero yo no caminé hasta no terminar de repartirles un poquito de cielo a aquellas criaturas. Antes de subir de regreso al autobús me senté en una fuente frente al estacionamiento, se me acercó un muchacho un poco más grande como de unos quince años y me preguntó si ya no traía más útiles escolares para regalar. Le dije que los había repartido todos, pero me acordé de la pluma que siempre llevaba conmigo (regalo de alguien muy querido), pero no me importó deshacerme de ella para entregársela a aquella criatura. Le dije que era la mía, que la cuidara mucho porque era de un gran valor sentimental y el me prometió que así lo haría; antes de que se fuera le dije que también traía unas pantimedias y jabones de tocador que tal vez le pudieran servir a su mamá, otra vez su sonrisa y muy honestamente me dijo "nooo, mejor los vendo! y asi comemos por una semana en casa algo que no sea arroz y frijoles". Me subí llorando al bus.
En otra de nuestras salidas "clandestinas", un señor que nos encontró caminando cerca del hotel, se ofreció a hacernos un recorrido nocturno en su viejísimo auto por la Habana de "ellos": aquella sin maquillaje turístico. Encantados y muy confiandos dijimos inmedatamente que sí; el paseo no pudo haber sido más placentero: pequeñas partes de aquel puerto maravilloso y una plática amena que nos hizo sentir mucho más satisfechos que cualquier visita al Copacabana. Nos platicó muchas historias, como la forma en que ellos fabrican rudimentariamente en sus propias casas las autopartes de sus coches cuando éstos se descomponen, nos contó también que la mayoría de los habitantes de la isla tienen una carrera universitaria hasta con doctorados y que se desempeñan como elevadoristas, choferes de camiones y hasta personal de intendencia por no tener campo de acción alguno en su ramo; nos contó... nos contó muchas cosas más que terminaron por deprimirme y dar gracias a Dios de haber nacido unos kilómetros más hacia este.
Las demás cosas que llevé las repartí entre las muchachas que limpiaban los cuartos en el hotel y las cocineras que cada mañana servían el buffete del desayuno. Nadie me vió con caras raras, se podría decir que casi lo esperaban. En la semana que pasé ahí nunca vi a alguien sin trabajar, nunca vi a nadie con malas caras al desempeñar sus labores, todos sonreían siempre... tal vez con la fuerza que da la esperanza.
Veo con miedo cómo mi país se descontrola cada día más, miedo a que una vez se convierta en otra Cuba ante la ambición desmedida de algunos, la corrupción de otros y la cobardía de otros cuantos que debieran vigilar por el bienestar del país. México es un país de gente que lucha, que trabaja, hospitalaria, esperanzadora, bienintencionada... pero desgraciadamente éste gente no está en el poder. Tendremos que esperar sentados a que se convierta en La Otra Cuba?
Ay Kerubina...
ResponderBorrarA mi me dio el mismo temor que a ti ante la perspectiva de que el pejelagarto ganara las pasadas elecciones presidenciales...
Porque asi como en su momento hubo ingenuos que le creyeron a Castro todos sus delirios, tambien hay gente que le cree al Peje los suyos en pleno siglo 21 y despues de ver el desastre que el señor Castro ha hecho con Cuba, aunque hay gente que defiende a Fidel a capa y espada, yo no entiendo basandose en que, pero bueh!
Bien dicen que el hombre es el unico animal que se tropieza dos veces con la misma piedra.
Saludos!
yo tambien tenía el mismo temor que la mamá de patito...es triste que este sr. convenza a las personas mas humildes , que en su necesidad se creen las palabras de personas que les prometen todo y no les dan nada, y no hablo por hablar, porque el día de las elecciones cumplí con mi dever ciudadano y fui funcionario de casilla y el peje fué el que menos votos tuvo y no había representación de su partido ahí y los canijos hicieron que los votos de esa casilla se anularan ...y nuestra asoleada estan do ahí?? Dios nos ayude a defender lo nuestro con inteligencia ooo a tener buenos gobernantes???
ResponderBorrarrico inicio de semana!
Yo creo que la gente que espera esas cosas del gobierno es como la gente que se fanatiza con la religión que espera que papa gobierno le resuelva todos sus problemas o que del cielo le caiga dinero en lugar de tratar de hacer cosas concretas que produzcan un cambio real en su condición de vida.. lamentablemente para muchos es mas fácil estar quejándose en lugar de trabajar como mucha gente lo hace y sale adelante con lo que hay y los que se quedan esperando ven si situación cada día peor y se vuelve un círculo vicioso y siguen culpando al gobierno y a todos menos a ellos mismos... yo creo que a México le falta mucho para estar en la posición en que está Cuba, pero no dudo que si hay mucha gente que quiere vivir de un modo en que no tenga que esforzarse mucho.
ResponderBorrarUn saludote de martes :)
Nancy
Me ha gustado mucho tu relato, me recuerda cosas que sé, pero que frecuentemente olvido.
ResponderBorrarYo nunca he estado en Cuba y me pregunto por qué si son más los que no quieren seguir viviendo así, no se arman y acaban de una vez con las personas que lo impiden. Supongo que habrá una razón muy poderosa.
Un saludo.
Hola,
ResponderBorrarVerdaderamente me hiciste soltar una que otra lagrima, tienes mucha razón. No nos quedemos sentados.
Saludos.