junio 30, 2008

Catarsis

El blog de hoy de mi cybernovela favorita tocó un tema que me caló hondo y profundo, me identifiqué con él en la parte que habla de la autoestima. Me explico: mis problemas de inseguridad empezaron en la adolescencia cuando en las tiendas de ropa juvenil nunca encontraba nada moderno en mi talla, y vaya que en aquella época solo tenía algunos seis u ocho kilos de más. Pero en aquel entonces los estánderes de belleza eran poco menos que esqueletos rumberos y yo me encontraba a años luz de serlo, amén de mi cara de "luna llena" (como me decía cariñosamente un vecino) que no ayudaba en nada.

El meollo del asunto en ese tiempo no era que yo comiera en exceso, la raíz de todo provenía desde en mi infancia. Era una niña flacucha, como se puede ver en la foto, lo que tenía muy preocupada a mi madre y hasta creo que la hacía sentir culpable (ya saben que esa época el slogan de una buena madre era "la gordura es hermosura"). Asi que me llevó al pediatra, el buenazo del Dr. Asunción Quiroga, y le planteó la idea de recetarme unas buenas vitaminas que me pusieran como bebé Michelín para quedarse ella tranquila. El doctor le hizo hincapié en que mi peso era el adecuado para mi estatura y edad, que tal vez mi aspecto debilón se debía a las actividades físicas que realizaba (el colegio era de mañana y de tarde, estudiaba piano dos veces por semana y formaba parte de las porristas del equipo de futbol americano donde jugaba mi hermano donde los ensayos eran de lunes a viernes). Además le previno que, de aplicarme las vitaminas que sugería, el efecto secundario podría repercutir en un exceso de peso durante la adolescencia que tal vez perduraría en la edad adulta.

Con todo y eso, mi madre aceptó gustosa correr el riesgo: "no importa doctor, si engorda yo la pongo a dieta". Todavía recuerdo las cajitas blancas con una franjas cafés de aquellas ampolletas que me aplicaban a diario, dolían como mentada de madre en jueves santo y desde antes de la aplicación yo comenazaba a sudar con solo ver el enorme tamaño de la aguja de la jeringa. No recuredo bien cuántas me aplicaron, lo que tengo muy presente es que un día agarré la cajita de ampolletas restantes y corrí al patio mientras nadie me veía, para meterlas hasta el fondo de la bolsa de basura. Nunca más me volvieron a inyectar aquella dolorosísima sustancia. Por supuesto que los resultados fueron excelentes, para mi madre claro está, embarnecí lo suficiente como para no volver por más ampolletas con el doctor.

Mi aspecto saludable duró hasta cumplir los quince años, que fué cuando empecé a sentir los estragos de aquella decisión materna. La edad de la punzada me llevó intentar vestir los estilizados jeans Kiss que fueron todo un ícono entre mis compañeras de secundaria, pero oh sorpresa! no había en mi talla. Ya mejor ni hablar de los tan afamados Levi's que todo mundo usaba en la preparatoria, simplemente estaban fuera de mi alcance corporal. Y es que desde los doce años dejé de hacer el ejercicio de mis días de porrista, a mi nunca se me ocurrió intentar hacer algún otro deporte y nadie en mi casa lo sugirió tampoco. Llevaba una vida sedentaria sin proponérmelo y aunque no era muy comelona, mis llantitas comenzaron a limitarme la vida.

Durante los primeros tres semestres de la prepa, la novedad de tener compañeros del sexo masculino y mis intentos por aprender a convivir con ellos, me dejaron la cabeza y el corazón libres de asuntos amorosos. Me divertía mucho con mis amigos (la mayoría hombres) y, aunque alguna vez me llegó a llamar la atención alguno de ellos sin ser correspondida, el enamoramiento pasó rápido e indoloro. De lo que si me di cuenta fué que, a pesar de haberme gustado siempre los muchachos algo mayores que yo y que en aquellos amigos no veia ningún prospecto en potencia, todos querían ser mis amigos pero a nadie le interesaba yo más allá de eso. Fué aquella la primera vez que empecé a fijarme en que tal vez mi aspecto tenia algo que ver.

continuará ...

7 comentarios:

  1. Anónimo3:05 a.m.

    Te leo y siento que eso esta escrito por mi no por lo de las vitaminas pero si por lo demas :(

    Es fecha que no se como mi marido esta conmigo

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  2. Querida Keru
    creo que todos tenemos este tipo de sentimientos e inseguridades...en mayor o menor escala.
    OYe, ZAra se parece mucho a ti...verdad?
    te mando muchos saludos y pronto te vas de vacaciones. Disfrutalas!.

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  3. Es padre como escribes tus vivencias, esperare al 2o capitulo.
    Saludos desde la ciudad de las Montañas y los osos flacos.

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  4. Anónimo8:57 p.m.

    oye keru siii....

    la princesa se parece a ti!!

    un abrazote!!!

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  5. Anónimo12:03 a.m.

    Todos hemos pasado por algun trauma de nuestra niñez o adolescencia, como yo que pensaba: que gorda estoy! y años mas tarde veia una foto y pensaba: no estaba tan gorda... ahora estoy mas!! jejejeje
    Nunca está uno a gusto

    Saludos y un fuerte abrazo

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  6. Anónimo10:55 p.m.

    Hola, tengo algunas semanas leyendo tu blog y me gusta mucho. concuerdo con ale gza, todo lo que escribes me recuerda tanto a mi misma. Lo malo es aunque hacemos mucho y mucho y no mas seguimos siendo gorditos, yo ya me estoy resignando.

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  7. @ Ale: No digas eso, precisamente el hecho de que alquien haya querido compartir su vida contigo, es el reflejo de tus cualidades. Animo.

    @ Ivi: Tengo algunas fotos de mi maridis a la misma edad que tiene Zara y podría decirse que está igualita a él. Luego las publico para que saques tus conclusiones.

    @ Alejandro: Gracias, favor que me haces. Muy pronto veré esas montañas en vivo y a todo color, ajua!!!

    @ Jenny: Mmhhh... espero que cuando crezca se parezca más a su papi, él si es verdaderamente guapo!

    @ Bebita: Yo también creo lo mismo, la cosa es superar esos traumas, algo nada fácil.

    @ Anónimo: No te resignes, hay que luchar siempre. Te lo digo yo, que lo sé de cierto. Bienvenida al blog y gracias por tu comentario.

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